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Editorial
Viernes 26 de abril de 2024
El Presidente ante los empresarios
El Gobierno no puede pretender la construcción de acuerdos sin una revisión crítica de sus planteamientos.
La intervención del Presidente Boric ayer en Enade fue una demostración más de su reconocida capacidad para conectar con las audiencias. Precedido por semanas de tensión con el mundo empresarial, enfrentó una recepción más bien fría. Con todo, hizo despliegue de su oratoria para instalar un mensaje que parece haberles hecho sentido a sus oyentes. El verdadero problema del mandatario, sin embargo, es la dificultad para lograr que sus palabras se traduzcan en políticas efectivas y no sean contradichas por otras acciones de su propio gobierno. Inciden en ello una débil capacidad de gestión y las evidentes diferencias entre los distintos sectores que integran el oficialismo. Ejemplo fue lo ocurrido en la Enade del año pasado, cuando en un mismo día el Presidente exaltaba el valor de la iniciativa privada, para terminar en la noche anunciando una política del litio que entregaría la llave de su desarrollo a dos firmas estatales. Es esa disonancia —y no el mero prejuicio, como él sugiere— lo que resta credibilidad y relativiza el valor de sus intervenciones.
Aun así, debe celebrarse el protagonismo que el mandatario asignó al crecimiento, al punto —muy poco habitual en esta administración— de comprometer una serie de metas económicas para los próximos años. Es cierto que la definición de esas metas no fue especialmente rigurosa —¿apunta el Presidente a aumentar el crecimiento tendencial del país o solo a mejorar los números de sus dos últimos años en el poder?—, pero es un avance para un gobierno cuyo programa prácticamente ignoraba el tema. El compromiso de intentar despachar antes de la próxima discusión presupuestaria el proyecto sobre “permisología” puede ser una contribución clave.
Revelador en una reunión de empresarios —y demostrativo de su urgencia— es que el punto más aplaudido del discurso haya sido el giro presidencial respecto de la reforma al sistema político, al afirmar ahora que promoverá un acuerdo en esta materia y que espera se apruebe en su período. Empero, no resistió advertir que lograr un entendimiento en sistema político y no en la reforma previsional “sería insultante” para la mayoría de la población y “contribuiría al desprestigio de la política”. De este modo, si por una parte retrocedió en el condicionamiento que antes había buscado establecer, por otra, insistió en una falsa dicotomía, gesto tal vez a los sectores más duros de su coalición, que se rehúsan a avanzar en el tema.
Y es que, en definitiva, sigue subsistiendo en el Gobierno un núcleo de compromiso ideológico que conspira contra llamados al diálogo como los que abundaron ayer. Así, por más que el mandatario demande alcanzar acuerdos en temas como las pensiones, la insistencia en la completa refundación del sistema —respuesta a la consigna de “no más AFP”— seguirá obstaculizando los entendimientos. Porque —y eso también queda claro de la lectura del discurso— no solo existen diferencias en las propuestas, sino también en los diagnósticos. Se advierte cuando el Presidente caricaturiza las posturas opositoras, cual si algún sector hoy planteara seriamente una política de “chorreo”, o como si la crítica a reformas de la segunda administración Bachelet implicara una retrógrada pretensión “restauradora”. Al contrario, precisamente porque existen divergencias profundas, porque carece de mayorías y porque una parte relevante de los ciudadanos rechaza sus políticas, el Gobierno no puede pretender la construcción de acuerdos —si es que de verdad quiere obtener la aprobación del llamado pacto fiscal y la reforma previsional— sin una revisión crítica de sus planteamientos.
Con todo, más allá de algunos innecesarios cuestionamientos a la prensa o de actitudes que no favorecen al propio gobernante, como las diferencias en el trato a la presidenta de Icare y al presidente de la CPC —¿una nueva versión del Narbona y Craig de hace algunas semanas?—, hay elementos valiosos que rescatar, como la rectificación en materia de reforma al sistema político y la definición de metas concretas en materias como la reducción de la pobreza e informalidad laboral. Además, hay pocos países de la región capaces de sostener un encuentro de esta naturaleza entre las principales autoridades públicas y el mundo empresarial, en especial, considerando los orígenes y trayectoria política del mandatario.
Finalmente, el Presidente hizo una descripción de lo que pasaría en un país que no logra acuerdos y que queda paralizado en las disputas y el resentimiento, perdiendo las oportunidades de progreso. Inevitable es preguntarse si esa visión distópica no describe más bien la realidad que muchos perciben hoy en Chile. En cualquier caso, la gestión de su gobierno es el factor crucial para evitar o corregir ese estado de cosas.