Mis nietos gozaban con “El libro de las cochinadas”, de Julieta Fierro. Lo recordé al leer “Odorama, historia cultural del olor”, por el argentino Federico Kukso, 45 años, quien ayer habló en el Festival Puerto de Ideas, en Antofagasta.
Kukso preguntó “¿a qué huele la historia?”.
En “Odorama” (432 páginas, $14.000) comienza por imaginar los olores del big bang, y se pregunta si el olor está en el material o en nuestro olfato. Al final, abre la inquietud sobre los planetas que podríamos habitar: ¿cómo olerían?
Durante el recorrido, sin pudor, escribe sobre la caca, los vómitos, el sexo, las acequias, los cadáveres, la contaminación… Las pestes, la fetidez del Palacio de Versalles, el olor en la astronáutica.
Y más: también las rosas, los perfumes, los perfumistas, la industria de los olores, las comidas, los aventureros en busca de las especias…
Kukso estrujó becas en Harvard y el MIT. No latea, su investigación es tan completa.
“Este libro se imaginó, discutió, pensó, escribió y olió en… (el peregrinaje incluye ‘los ampulosos desiertos de Atacama en el norte de Chile y la Patagonia en el sur de Argentina')”.
Recorre la biología del olfato, “en cada respiro, inhalamos tantas moléculas como número de estrellas que percibimos en todas las galaxias”, exagera. “Vivir es respirar y respirar es oler”, cita.
La punzante realidad del olor entra en erupción en Egipto. En un instante glorioso, Kukso describe el descubrimiento de la tumba de Tutankamón: “El 26 de noviembre de 1922 un arqueólogo (Howard Carter) tan decidido como impetuoso y solitario inhaló hondo y respiró el pasado”.
Hemos postergado el olfato, con esta cultura visual nuestra, pero podemos definir o imaginar de otro modo. Ni los muebles, ni los muros, ni las personas nos impactan cuando entramos a una casa ajena, son los olores, sostiene Kukso.
Mi abuela Amalia se lamentaba del “olor a nariz” en las micros, una combinación de impactos que nunca descifré. Porque es difícil precisar el olor.
Y aparece Proust, y la expansión de Alejandro Magno hacia el Oriente en busca de la mirra, el jazmín, el narciso, el enebro, el incienso... “Antes del telégrafo, del teléfono, de internet, Facebook y Twitter, el mundo se comunicaba (…) a través de los olores”. Y Shakespeare con su Cleopatra. Y Freud y Marx y Nietzsche, y…
Kukso aborda los olores repelentes, las costumbres que preceden al papel higiénico. Un capítulo es “La axila de Aristóteles”. Recorre las culturas del pedo. Pero nacen los perfumistas, hasta llegar al primer perfume sintético, el Chanel Nº 5 y más.
Cita con puntería: “Cada olor de la infancia es una luz en el dormitorio de los recuerdos” (Gaston Bachelard). También cuenta chistes romanos: “Un hombre con mal aliento decidió suicidarse, por lo que se cubrió la cara y se asfixió”.
Chocolate y tabaco perfuman Europa desde América. Y Darwin se asombra en Argentina del olor de la carne asada. ¿Cómo ordenar todo esto?
Resulta difícil categorizar los olores. Tan íntimos que son. Por tal intimidad, mis nietos chicos se encantaban con las “cochinadas”, ese misterio.