Todo apunta a que el proteccionismo está de vuelta. La señal más evidente es la disputa entre Estados Unidos y China que, lejos de acabarse, está entrando en una nueva etapa. Evidentemente, la llamada “guerra comercial” tiene un importante componente geopolítico, pero también esconde un proteccionismo que creíamos desterrado. Los impuestos al comercio son la expresión más cruda de ello, pero las restricciones al funcionamiento de empresas en diferentes países son también mecanismos de protección.
Los argumentos esgrimidos son diferentes a los de antaño… aunque no tan diferentes. Hasta la década de 1970, y mientras el mundo se integraba, en América Latina dominaba el pensamiento cepaliano, que favorecía la protección a sectores llamados estratégicos, desde los que brotaría el crecimiento económico. Curiosamente, el desarrollo justo llegó cuando la protección desapareció.
En la actualidad, los defensores del proteccionismo en muchos países también usan el argumento estratégico, cuya principal dimensión provendría ahora del manejo de datos. Las nuevas tecnologías y el acceso a datos han llevado a muchos gobiernos a repensar su estrategia de apertura, en el entendido que la productividad nace del manejo de la información y que su mal uso —para manipular y desinformar— constituye un riesgo para la seguridad nacional. Es así como el gobierno chino bloquea Facebook y Google bajo el argumento de que el imperio querría contaminar su sociedad, mientras Estados Unidos busca restringir TikTok bajo la idea de que el gobierno de China puede manipular las conciencias de los jóvenes. Bajo esta lógica, los datos son estratégicos, y hay que cuidarlos de la interferencia externa.
Pero las disputas comerciales se han extendido a todo tipo de sectores, dando cuenta de que cuando el argumento de los datos se acaba, surgen nuevas definiciones de sectores estratégicos; tantas como sectores se quieran proteger. Los autos eléctricos, las baterías, los paneles solares y numerosos productos manufactureros hoy están siendo sujetos de protección como lo fueron los autos convencionales, la industria pesada y la agricultura en los gloriosos años 1960.
Una cierta desafección con la globalización, la exacerbación de los nacionalismos y un natural incentivo a beneficiar a unos pocos productores en desmedro de millones de consumidores invisibles explican que las principales potencias mundiales decidan enfrascarse en disputas comerciales. Está en nosotros adoptar o no esa moda. Por ahora, un suave hálito proteccionista recorre nuestras calles.