Chile ya tiene presidente. O, más bien, presidenta. Faltando dos años para los comicios, Evelyn Matthei aparece absolutamente disparada, tal como lo mostraron Criteria y Cadem esta semana.
Y si bien es una obviedad decir que faltan dos años, que el exministro británico dijo una vez que “una semana en política es mucho tiempo”, que se caen los aviones y que todo puede pasar, lo cierto es que hay tres razones que hacen altamente probable que ello ocurra.
Lo primero es que, salvo en la última elección (con un país preso todavía de la borrachera del estallido social), en todas las elecciones desde la vuelta a la democracia lo que mostraron las encuestas dos años antes ha sido lo que ha ocurrido. Así pasó con Piñera 2, Bachelet 2, Piñera 1, Bachelet 1. Y si bien con Ricardo Lagos casi se produjo una sorpresa, terminó ocurriendo lo que todos esperaban: ganó. Tal como pasó antes con Frei y Aylwin.
En segundo lugar, en el mundo actual latinoamericano es una especie de fatum que sea la oposición a la que le toque gobernar. Así ha ocurrido en 19 de las últimas 21 elecciones en Latinoamérica, con la excepción de Paraguay y de Bukele (y excluyendo, por cierto, el tongo venezolano). Parece ser que se ha hecho una costumbre en el continente que la mejor forma de empezar a perder poder es lograr hacerse de él. Y así ha sido. Con un gobierno de Boric, además, en serios problemas de gestión y con un casi indistinguible legado, nada hace presagiar que pueda ocurrir una excepción.
Finalmente, la muerte de Piñera y su ascenso “a las alturas” ha encontrado en la alcaldesa de Providencia su continuidad natural de la vieja centroderecha chilena. De la veterana Alianza por Chile, de la patrulla juvenil. De la moderación, en un sector en el que todos los días en sus extremos aparece un nuevo exaltado.
La izquierda, desde ya resignada, empieza a ver a Evelyn Matthei sin tan malos ojos ante la posibilidad de que sean otros más extremos, más dogmáticos o más fanáticos. “Hasta yo votaría por la Matthei”, reconocen en privado varios de ese mundo, frente al dilema de tener un escenario peor, en especial después de la marea republicana del Consejo Constitucional.
Así, la suma de todo lo anterior hace presagiar un resultado predecible. Ceteris paribus. En la medida en que no pase el huracán Andrew por nuestras costas.
Después de tantos años…
Es que Matthei lleva 32 años con ganas de ser presidenta. Desde los albores de los 90. Desde un Chile posdictadura que se creía jaguar, al Chile actual enredado y enredoso. El primer intento terminó abruptamente con la opresión de una tecla de una radio Kioto. Pero como bien dice José Saramago: “En política, lo que hoy es verdad mañana puede ser mentira”. O, más bien en este caso, lo que hoy es verdad, ayer pudo ser mentira.
Así, paradójicamente, Matthei se convierte en la continuadora del legado de quien en algún momento fue su peor enemigo. Pero, tal como ocurrió con Piñera, ella tiene claro que el rencor es pésima compañía en la política, y que el pragmatismo mueve montañas.
¿Pero quién es realmente Evelyn Matthei?
Una mezcla de muchas cosas. Tal vez es el eclecticismo su característica principal. Hoy UDI, ayer RN, corazón Evópoli. Fue parlamentaria en Santiago, en La Serena y en San Antonio. Expinochetista, hoy con vocación de centro. Inteligente, coprolálica, simpática, solitaria, impredecible.
Y en un momento en que la derecha chilena cambió a sus referentes de Reagan y Thatcher a Bukele y Milei, de alguna manera encarna algo de los cuatro, pero no se parece a ninguno.
La pregunta, sin embargo, es a qué quiere llegar Matthei al poder. En momentos en que la demanda es y será “orden y progreso” (tal como consigna el símbolo patrio brasileño) no puede llegar a improvisar a La Moneda. A aprender. A simplemente “dar señales”. No bastará en seguridad “respaldar a Carabineros” porque eso no servirá de nada, ni en economía a reflotar la palabra crecimiento porque no moverá ninguna aguja.
Se necesitará mucho más que eso. Y para eso debe tener una banda que la acompañe desde ya. De lo contrario, el itinerario será el mismo que hemos conocido en los últimos gobiernos: pocos meses de entusiasmo, muchos meses de pato cojo.
La pregunta de fondo es cómo se gobierna en un país que se ha hecho casi ingobernable. Y cómo se lidera a coaliciones atomizadas y desmembradas. Y esa es la pregunta que debe empezar a contestar desde ahora.