Hace ya un tiempo se comenzó a hablar de “realidad virtual”. Y en seguida, a partir del pionero trabajo de Alan Turing, de “inteligencia artificial”. Todas esas novelas y películas que se vienen a la mente parecen hacerse realidad. Y toda la realidad, con sus sueños y pesadillas, parece ser posible.
Salta a la vista que para la realidad usamos la palabra “virtual”, cuyo origen es virtus. Para los clásicos la virtud, usando como modelo la valentía, era una fuerza interior. Lo virtual es el coraje que no se hace realidad, la vir virtutis de un guerrero sin guerra. En definitiva, un impulso humano que termina solo en apariencia. La realidad, frente a su predicado “virtual”, permanece como algo único e insustituible. En resumen, la realidad se hace aún más real con lo virtual.
En cambio, para la inteligencia utilizamos el adjetivo “artificial”, que proviene de ars y facere. La palabra artificial se refiere a algo hecho por arte o la techné. Es un juego creativo que se relaciona con el ingenio y la creatividad humana. En este caso la inteligencia, frente al arte, queda más indefensa. Si lo virtual enaltece a la realidad, lo artificial diluye a la inteligencia. Podemos defender la realidad o decir que la realidad existe. Pero no podemos decir lo mismo de la inteligencia.
Por si fuera poco, la inteligencia, como realidad o simple categoría, es muy vaga. Es evidente que no existe un solo tipo de inteligencia. Los científicos, intelectuales y académicos miden su inteligencia por las ideas, libros y publicaciones que han realizado. En definitiva, por sus aportes al conocimiento. En el oficio de los deportistas también se suele hablar de la inteligencia de un jugador. Es algo que va más allá de las habilidades y condiciones físicas. Decimos que un buen tenista, golfista o futbolista es “inteligente para jugar” o “tiene muy buena cabeza”. Un actor es inteligente de otra forma. Y en el mundo financiero y de los negocios la inteligencia, que puede perderse con implacable rapidez, suele asociarse al patrimonio. Mientras más rico, más inteligente.
Como hemos visto, la inteligencia es difusa y varía para diferentes oficios. Y también para distintas épocas. Por ejemplo, si la memoria era símbolo de inteligencia, después de internet, Google, Wikipedia y ahora ChatGPT, ya no lo es. La inteligencia cambia. La realidad, por el contrario, resiste.
De esta breve reflexión pueden sacarse algunas conclusiones. Por de pronto, los adjetivos “virtual” para la realidad y “artificial” para la inteligencia son consistentes. La realidad parece insustituible y solo puede ser virtual. En cambio, la inteligencia, como un artificio creado por el ingenio del hombre, está más expuesta. Se puede amenazar la realidad con lo virtual, pero no se puede reemplazar. Con la inteligencia, es más difícil afirmarlo. Esta difiere, cambia y se puede reemplazar.
La buena memoria, la lógica y la coordinación ya han sido sustituidas por lo artificial. Incluso la razón podría ser reemplazada. Pero hay algo en la naturaleza humana que escapa de esta trampa artificial. Son las pasiones, los sentimientos y las emociones. Cuando Adam Smith publicó su “Teoría de los Sentimientos Morales”, se adelantaba a este debate. Aunque la relación entre razón y sentimientos es compleja, hay algo en la naturaleza humana que parece insustituible.
Desde los inicios de la filosofía, hemos usado y abusado de la razón. Pero ahí está la importancia de los sentimientos. Ni siquiera la fría economía ha escapado de esta realidad. Hoy sabemos que la maximización de la utilidad no es tan racional como suponíamos. Y también sabemos que el ser humano es más que solo razón. La realidad es simple: la mejor cabeza sin corazón es solo un artificio.
En fin, solo cabe esperar que la realidad siga siendo virtual. Y la inteligencia, artificial.