El ser humano define sus cariños y afectos de forma misteriosa. Se ama a la familia incondicionalmente, pero mientras menos pesa la sangre, más trabajado es el desarrollo de un profundo aprecio. Entre conocidos, pueden pasar años antes de que nazca. En los jóvenes, el paso de la adolescencia a la adultez puede ser el gatillante. A veces, la comparación de las características de la persona A con las de B puede ser fuente de estima (los precios relativos mandan).
Como miembro del equipo de Hacienda durante el 2010, fui testigo de cómo el expresidente Sebastián Piñera ocupó el cargo en el año del terremoto. No fui parte de su círculo cercano, la relación era profesional. Había que reconstruir el país. Tres adjetivos describen al Sebastián Piñera que vi: perseverante, estudioso y muy, pero muy trabajador.
Para alguien acostumbrado a la dureza de los seminarios académicos, las reuniones bilaterales, en donde ministros y asesores se reunían con él, eran de una familiaridad digna del living de la casa. La intensidad era total:
“Su minuta dice MM$500.000. ¿Seguro? ¿Son miles de millones o millones? Es una diferencia importante”, preguntó el Presidente. La gota de sudor caía por el rostro de quien exponía. “Miles de millones, Presidente”, contestó. “No puede ser. Si no tiene las cifras claras, hasta acá llegamos. Vuelva cuando las tenga. No podemos cometer estos errores”. Siete días después volvía la cuestionada autoridad, ahora con las cifras corregidas y los números memorizados. La exigencia presidencial obligaba a todos a hacer bien la pega. Sin chamullo, sin venta de humo, así tienen éxito las naciones.
Y cuando el Presidente pedía un cálculo, la cosa no era chacota. Pasó con las estimaciones del costo agregado del terremoto. No había horario de oficina, ni vacaciones ni feriados largos. Su capacidad de trabajo no intimidaba a los equipos; por el contrario, los potenciaba. Sus llamadas telefónicas al equipo podían ocurrir a las 3 p.m. o 3 a.m., sin distinción. “¿Tiene la cifra?”. Antes de terminar la frase “aún no, Presidente”, cortaba. A una persona sensible, acostumbrada a la distinción fácil, al cafecito sacador de vuelta, eso la complicaba. Pero el sentido de urgencia mandaba. El costo preliminar fue de US$ 30 mil millones. ¿No era necesario conocer rápido ese número para planear la reconstrucción? ¿No obligaba la responsabilidad con el país a la mayor celeridad? El Presidente tenía razón.
Su trágico fallecimiento deja vacíos en distintos aspectos del quehacer nacional, iniciándose además la evaluación pública de su gestión. Hay muchas cosas notables. Desde luego, el manejo de la pandemia, el rescate de los 33 mineros y la reconstrucción. Tras estos logros, hubo cientos, si no miles de horas presidenciales de dedicación seria y rigurosa. Ese era su secreto: un liderazgo basado en trabajo y resiliencia, una combinación escasa en la actualidad.
La gente aprecia más las cosas cuando no están. La valoración pública del Presidente Piñera viene creciendo hace tiempo. Quizás, en las inevitables comparaciones de cómo se hacen hoy las cosas encontremos la clave de su legado y de un profundo aprecio popular.