Se decía que discriminaban contra los países chicos en la distribución de las vacunas contra el covid, que las monopolizaban los países poderosos. Pero, ¿era discriminación, o era que esos países no contaban con un Presidente como Sebastián Piñera? El 5 de mayo de 2020, a pocas semanas de que estallara la pandemia, recibo un largo WhatsApp en que él me pide trabajar en el tema vacunas. Expresamente me pide averiguar de las vacunas de Oxford/AstraZeneca, Vaccitech y GSK, y propone “medidas que podamos tomar para ponernos primeros en la fila”. Sugiere entre ellas “capital de riesgo” o “financiamiento contra acceso prioritario”.
¡Ese era el Presidente que me tocó de embajador en Londres! La consecuencia de su previsión y de su capacidad ejecutiva fue que Chile fue uno de los primeros países del mundo en recibir vacunas, en diciembre de 2020. ¿Cuántas vidas chilenas se salvaron gracias a eso? Un año más tarde, cuando el Presidente Piñera visitó al Reino Unido, fuimos a Oxford a conocer a Sarah Gilbert y Andrew Pollard, los inventores de la vacuna. Un orgullo estar en mi universidad con un Presidente tan capaz, si bien cuando le mostré el edificio en que yo había dado clases de literatura antes de trasladarme al mundo financiero, me dijo “¿Literatura? Yo en el mundo financiero no te habría contratado”. Siempre cariñoso, era bueno, también, para las tallas.
Desde Londres daba gusto su ecologismo. El entonces Príncipe de Gales, hoy Carlos III, se impresionó tanto con nuestros compromisos ecológicos como país que pidió tener un Zoom con él, en plena pandemia. Y por un año trabajamos en la transición de COP 25 a COP 26, que se celebraba en Glasgow en 2021. El primer ministro Boris Johnson, quien le tenía una gran admiración, le había reservado un papel estelar, pero él no pudo viajar, porque en Chile la entonces oposición no había encontrado nada mejor que hacerle dos acusaciones constitucionales. Esa misma oposición que, con escasa vocación republicana o democrática, procuró derrocarlo desde la calle, prometiendo de paso llevarlo a los tribunales internacionales por crímenes de lesa humanidad, aprovechando que la derecha también le daba la espalda.
¡Qué tiempos esos! Yo tenía que explicarles a diputados británicos y a Amnistía Internacional que el Gobierno no estaba cometiendo genocidio, que no era necesario boicotear las importaciones chilenas, y oía de Chile desde la derecha que el Presidente era un cobarde porque no reprimía, ¡por temer que le hicieran juicios! De ambos lados pedían que renunciara. ¿Saliendo en helicóptero como De la Rúa? ¡Increíble el poco criterio! Impresionante el desconocimiento que tenían de su temple y valentía.
Era culto. Una tarde me sorprendió recitando alejandrinos de Corneille en un francés envidiable. Hizo mucho por la cultura en Chile. Como Lagos a la izquierda, modernizó a la derecha, inculcándole los valores de la democracia y la moderación —una lástima que en ambos costados haya habido tanta recaída estos años—. Por eso mismo es desafortunada la pérdida, porque lo necesitábamos más que nunca, más aún tras el anuncio de Lagos de su retiro. Es como si la buena política —la dialogante, la que busca sin prejuicios los mejores medios para conseguir los mejores fines, la que sin carecer de mística reconoce la necesidad de buena gestión— haya quedado súbitamente huérfana.
Menos mal que Sebastián Piñera alcanzó a ver cómo volvían a favorecerle las encuestas, tras haber sido víctima de una suerte de sadismo colectivo iniciado por los octubristas y la oposición de entonces, y poco resistido por quienes tendrían que haberlo defendido. Está bien que todos estos ahora lo homenajeen, pero sería bueno oírles también unos mea culpa.
Eso que Piñera no se los pediría. No era rencoroso. Lo demuestra ese viaje con Boric a Paraguay, y la entusiasta ayuda ofrecida a Boric en las vísperas de su muerte.
En las vísperas de esa ingrata sorpresa que fue su muerte.