Hacía muchos años que no se veía una superioridad tan amplia, tan aplastante, de Argentina sobre un seleccionado chileno. No hablo de antes de la generación dorada, no, mucho antes. De cuando nos bailaban y nos hacían cinco como si nada. No tanto como cuando nuestros jugadores entraban a la cancha a pedir autógrafos a sus rivales, cosa que duró hasta los años 1940 y no lo vi.
Ahora, en el preolímpico, he visto esa aplastante superioridad técnica una vez más. Superioridad técnica. Es cierto, aunque no se hable de esto. Puede que esta sea una generación particularmente hábil del fútbol argentino, criada, como se está diciendo, a la sombra de campeones del mundo. No lo sé, pero el peso técnico de sus jugadores fue toneladas más alto que la suma de individualidades nuestras. Fue desalentador, pensando en el futuro, y humillante en el sentimiento presente.
Argentina hizo lo que quiso a partir de su primer gol y si no fue peor, se debió a que antes de eso Vicente Reyes lo impidió, con notables atajadas sin aspavientos. Hasta ese gol, la zaga chilena, con su flemático arquero, había respondido dentro de lo exigible. Y el equipo como conjunto andaba en lo que sabe, con escaso armado y nulo ataque, pese al abnegado despliegue de Lucas Cepeda. Solo Renato Cordero, de los 11, desteñía notoriamente.
Ahora bien, después de consumada la derrota nos ha dicho Nicolás Córdova que debemos mejorar en varios aspectos, “sobre todo el tema físico”, además de anunciar su molestia con los arbitrajes y con el estado de la cancha (una vergüenza, en realidad).
Córdova es un técnico del que esperamos mucho y está a cargo del fútbol juvenil chileno. De modo que su carrera es un tema relevante. Y si él encontró que el equipo no tiene fondo físico y no estamos en condiciones de jugar cada tres días, mayores dudas despierta el hecho de que haya demorado tanto los cambios que se imponían en el equipo. Demoró hasta que era demasiado tarde. Respecto al arbitraje, es cierto que tenemos dudas sobre el penal que significó el 2-0, aunque no dudamos de que es vergonzoso que un torneo preolímpico se juegue sin VAR.
Pero no se puede reducir la derrota a un posible error del arbitraje. Por otro lado, no estar en condiciones de jugar cada tres días hoy, con casi un cuarto del siglo 21 recorrido, es inadmisible.
Ya en 1973, en la gira de Wanderers por Europa, su entrenador, Washington Urrutia, comprobó que el jugador chileno sí era capaz de jugar tres veces por semana. ¡1973! Por favor, hace 51 años. ¿Y estamos de nuevo con la misma historia? ¿Y con jugadores Sub 23?
En fin. A Nicolás Córdova le espera un trabajo gigantesco con el fútbol joven.