Los lectores saben lo que pasa con este columnista: cuando escribe sobre la contingencia política, sus amigos de derecha reaccionan y piden otro tipo de columnas, mientras que los de izquierda, cada vez que escribe sobre cafés, cines, librerías o cualquier otro de sus lugares sagrados, protestan por desaprovechar el espacio que brinda este diario. Así son las cosas. Todos quieren leer lo que prefieren oír, afianzarse en sus convicciones y ser parte del maniqueísmo de nuestra sociedad. En lo que coincide la mayoría de los lectores, según me dicen de un lado y otro, es que echan de menos columnas sobre libros, sobre lecturas que puedan recomendarse, especialmente en esta época del año, más propicia para hacer hueco a la lectura. Pero igual no me trago aquello de que haya que esperar al verano para leer, como tampoco creo que en Chile no se compren libros por culpa del IVA. ¿Quién piensa en ese impuesto cuando paga una comida fuera de casa o pide un par de hamburguesas a domicilio?
Noto que no pocos están transitando de la novela a las biografías, de las que hablan maravillas. Es que las hay muy buenas. Además, las biografías que se publican en nuestros días no lucen como un género muy distinto de la novela y se parecen mucho a esta. En cierto modo, son biografías noveladas. De modo que cuando se cree haber abandonado la novela para pasarse a las biografías, aquella se desquita por medio de estas.
Parto por dos biografías: la del economista John Maynard Keynes, de Zachary D. Carter, y la de Sigmund Freud, de Elizabeth Roudinesco. De Freud puede haber mejores biografías, pero esa está muy bien. Incluso dejando de lado el psicoanálisis, Freud es un personaje extremadamente interesante y que escribía muy bien. En cuanto a la de Keynes, dificulto que exista otro trabajo mejor informado acerca de un individuo bastante más complejo que aquel que se jugó por el Estado de bienestar luego de la Segunda Guerra Mundial. Avizoró él que el maltrato dado a Alemania luego de su derrota en la Primera acabaría por avivar un nacionalismo resentido y la probable aparición de líderes del tipo de Adolf Hitler. Los neoliberales del tiempo de Keynes, que empezaban a asomar cabeza, fueron enconados detractores del célebre economista, como lo son también, hasta hoy, de cualquier política social que huela a Estado de bienestar.
“Fortuna”, la novela del argentino Hernán Díaz, ha tenido un merecido éxito, pero mejor me pareció su anterior —“A lo lejos”—, en la que la calidad de la escritura es aún más sobresaliente. Me pasó con “Fortuna” que quedé con la impresión de una obra no terminada.
A propósito de escrituras excelentes, no dejen pasar “Maniac”, de Benjamín Labatut. Es lectura obligada. Luego de quedar algo deslumbrado por esa obra, tomé la novela de otro autor chileno —Alejandro Zambra— y continué reconciliándome con la prosa nacional: me refiero a “Poeta chileno”, de 2020, de la que pasé sin vergüenza al último thriller de Stephen King, “Holly”. ¡Cuánta capacidad narrativa tiene el a veces despreciado autor norteamericano! Disfruté “La autopista Lincoln”, del también estadounidense Amor Towles, y, a propósito de policiales, en 2023 descubrí a Lee Child, gracias al soplo de un aficionado a ese género. Funciona muy bien, sobre todo su personaje Jack Reacher.
¿Relatos vívidos, entrañables, certeros como las puntadas de la aguja en la tela? Ahí están los de la gran Lucia Berlin. ¿Un hallazgo? “Diarios”, de Álvaro D. Campos, un consumado lector y anotador de Pudahuel, para quien la literatura es como la sopa: “no alimenta y sirve solo para pasar el frío”. El de todo el año.
Queda espacio para mencionar un texto académico: “La Constitución de la Tierra”, el grito de alerta de Luigi Ferrajoli.