El reciente libro de Sebastián Edwards (“The Chile Project. The story of the Chicago Boys and the downfall of neoliberalism”) describe con mucha gracia la frialdad, el sentido práctico y el liderazgo de Sergio De Castro, quien fuera la cabeza de los Chicago boys, el arquitecto del modelo neoliberal chileno y el insobornable guardián de sus principios.
De Castro advirtió tempranamente que necesitaría de un mediador —o mejor, de un aliado— para vencer la resistencia a sus planes de los militares y de los empresarios. Lo encontró en Jaime Guzmán. Estaban en las antípodas. El primero era un agnóstico parco, irónico y rudo, tanto en su raciocinio como en sus modales. El segundo era un ferviente católico, declarado admirador del Opus Dei, con excelsas aptitudes retóricas y diplomáticas. El matrimonio entre ambos no nació entonces de la empatía, sino de la necesidad. Los unió la voluntad de tomar el control intelectual de la dictadura militar para darle a la misma un sentido refundacional. A De Castro le entusiasmó la posibilidad de contar con un régimen autoritario prolongado para realizar y enraizar sus reformas. A Guzmán le sedujo la pureza dogmática de los Chicago boys, y su oferta de sustituir la política por el mercado.
Tras la consolidación del modelo, así como del fin de la dictadura, de la Guerra Fría y de la amenaza marxista, lo lógico era que cada corriente siguiera su propio camino. No fue así. La dupla Guzmán-De Castro sigue tan viva como antes en el ideario de la derecha política y de los agentes económicos. Lo cual es curioso, porque la fusión entre el catolicismo ultraconservador y el escepticismo ultraliberal es una anomalía.
En su libro “Entre Dios y el Capital. Opus Dei, ideología y negocio”, la académica estadounidense Bethany Moreton postula que la Escuela de Chicago es la versión agnóstica del “neoliberalismo autoritario”. Fue creada por “hijos de judíos del Este de Europa que habían huido del mortífero antisemitismo”. Estos debían lidiar con las barreras que les ponía la academia estadounidense, dominada por “las redes que habían protegido al gremio cristiano de economistas universitarios en la tradición de economía política”. Para superar esas vallas promocionaron “la utilidad de los conocimientos matemáticos exquisitamente laicos”, un campo donde esos jóvenes eran imbatibles. Esto permitió a sus figuras declararse “impermeables a las afirmaciones cristianas de superioridad moral, y exaltaban la experiencia cuantitativa racional que se suponía libre de valores”. Era patente la diferencia con Hayek, a quien le interesaba estudiar “el vínculo entre el liberalismo y el cristianismo”. Para alguien como Milton Friedman, por ejemplo, quien “se consideraba agnóstico desde los 12 años”, esto le tenía totalmente sin cuidado.
La revolución neoliberal chilena tiene entonces esta peculiaridad. Ella fue realizada por jóvenes economistas en su gran mayoría creyentes y formados en el catolicismo, quienes, tras su paso por la Universidad de Chicago, hicieron suya una corriente neoliberal que nació en oposición al pensamiento cristiano y católico en particular.
Tal peculiaridad ha venido siendo corregida en los años recientes. Como relata Moreton, desde el catolicismo ha surgido una poderosa corriente orientada a desplazar a la Universidad de Chicago de su hegemonía en el pensamiento y las políticas neoliberales. Ella cuenta con el auspicio del Opus Dei y ha emergido bajo el alero de la Universidad de Navarra y su escuela de negocios. Así, los “Chicago boys” se han visto amenazados por los “Navarra monks”. A diferencia de aquellos, en su mayor parte macroeconomistas volcados a las políticas públicas, estos últimos se han enfocado a la gestión empresarial. Si se observa la escena corporativa del Chile actual, se confirma su creciente ascendencia.
Bajo la dictadura se creó en Chile una derecha política y económica que fusionó las “dos almas” del neoliberalismo; la agnóstica y “matemática” de Friedman y De Castro, y la que reclama un “capitalismo para Cristo” del Opus Dei de la “escuela de Navarra” y Guzmán. ¿Se podrá mantener indefinidamente esta convivencia?