Luego de algunas semanas fuera del país, y además desconectado, me encuentro con que aquí no ha pasado nada. Todo sigue igual, el inventario de noticias no muestra nuevos ítems. Solo abulta el listado de casos y eventos desafortunados de violencia, corrupción y debilidad económica, sin mostrar tampoco finiquitos para los sucesos más anteriores que se pierden en el olvido. Cotidianamente nos ahogamos en un océano de calamidades que nos degrada y empequeñece, aunque eso no constituya toda la realidad del país.
Es un caso curioso este de que la actualidad no parece tal, sino pura continuidad: es el tiempo detenido. El país sigue en su ruta de autodestrucción porque unos empujan en su empeño de poder revolucionario degradando el valor de la gestión para buscar soluciones a los problemas acuciantes que afectan a las grandes mayorías, que es lo propio del Ejecutivo. Mientras tanto, otros eluden sus deberes de plantear alternativas por la vaciedad de ideas que demuestran y los tejados de vidrio que tratan de ocultar.
Nadie es capaz de decir ¡alto!, ¡el despeñadero está a nuestros pies!, ¡por este camino no! Ya no es cuestión de diálogo y negociaciones. Hay que apuntar al fortalecimiento del país y la ruta va por otro lado. No solo afirmar la pretendida capacidad de gestión, sino, principalmente, generar mística en torno a que Chile puede ser “fuerte principal y poderoso” empujado por todos y para beneficio de todos.
Si seguimos por donde vamos, el resultado lo tenemos a la vista. Tanto discurso progresista en pro de la dignidad y redención del pueblo solo ha arrojado a millones a abandonar sus países buscando desesperadamente una tierra ya no de promisión, sino donde no los destruyan como a sus países. Vinieron por estos lados y ahora se van porque los hemos defraudado. Si seguimos en este tiempo detenido, el paso siguiente es que los nuestros sigan los pasos de ellos, arriesgándose a los sufrimientos y la indignidad de caer en manos de coyotes y otros delincuentes para sobrevivir en su odisea, como la de la puna boliviana-chilena o la de la selva colombiana-panameña.
La oligarquía política nos tiene inmovilizados y continúa en su accionar enclaustrado y de salón. Mientras tanto, el país desconcertado no tiene más alternativas que decir esto no, aquello tampoco. Pero no sabe hacia dónde mirar para dar sentido a su diaria labor, de modo que sus esfuerzos cotidianos se vayan concretando en una suma de pequeños logros que, al final, justifiquen el esfuerzo de la vida.