Cuando se trata de autocríticas y de exploración sobre ella misma, nadie le gana a la izquierda; la situada fuera del dogma comunista. Con sus libros se arma fácilmente una biblioteca, con una sección preponderante sobre lo que fue la Unidad Popular y la figura de Salvador Allende.
Esto contrasta bastante con la derecha. Quizás es un pudor propio del ethos conservador; o simplemente un exceso de seguridad en sí misma, lo cual mirado desde la otra vereda no deja de ser admirable. Como sea, lo cierto es que son escasas las reflexiones de intelectuales del “sector” que ahonden sobre su conducta en el pasado reciente. De hacerlo, obviamente tendrían que ahondar en temas espinudos; entre otros, lo que a ojos de cualquiera es un elefante en el salón: su adhesión a Augusto Pinochet y su participación, hasta el final, en la dictadura militar. Tal vez sea necesario ir aún más lejos; preguntarse de dónde nace una pulsión que, cuando se la examina, se concluye que a la larga termina por dañarla. La codicia; ese deseo vehemente que lo condena a uno a no contentarse con nada.
Basta un repaso. Para evitar que ganara Allende, en 1964 respaldó a Frei. Lo consiguió. Pero luego, en lugar de proseguir con el programa ideado por Estados Unidos para contener el comunismo, levantó candidato propio. ¿Resultado?: ahora sí ganó Allende. En blanco y negro: sin Alessandri no habría habido Allende.
En seguida, en lugar de negociar, como lo hicieron los democratacristianos, intentó evitar que asumiera. Probó con una martingala. Como no prosperó, un comando intentó provocar un golpe militar mediante el secuestro del general Schneider. Fracasó. Pero siguió procurando defenestrar a Allende. Ejerció una oposición durísima, aliada con la DC. Boicoteó cualquier esfuerzo de entendimiento entre esta y Allende. El plan era acentuar la crisis y provocar un golpe refundacional. Lo consiguió. Pero en el momento del triunfo, en lugar de defender su alianza, se hizo cómplice de la persecución de los democratacristianos. Esto permitió, años después, que se unieran con la izquierda para derrotar a Pinochet. En blanco y negro: sin la avaricia de la derecha en 1973, no habría existido Concertación.
Tras su derrota de 1988 se comprometió en un gran acuerdo para avanzar en reformas paulatinas a la Constitución. No cumplió. Aprovechó el poder heredado de la dictadura para resistir los cambios. Lo hizo hasta 2005, cuando la marea se volvió imparable. Lo mismo con las reformas sociales. Esto, más el gobierno tecno-aristocrático de Piñera, fue el pasto seco que provocó el estallido social. En blanco y negro: con reformas a tiempo no habría prendido la revuelta de octubre.
Frente a las demandas populares se planteó entonces concordar un pacto social y formar un gobierno de unión nacional; por ejemplo, con un ministro del Interior con el encargo de elegir su propio gabinete, visado por el Presidente: a la francesa. La idea se desechó. Lo mismo el pacto social, a pesar de un compromiso tomado con los partidos de oposición. La violencia entonces siguió avanzando. Cuando la alternativa “pudo haber conducido a una crisis total, incluso a una guerra civil”, como admitió el Presidente Piñera el pasado domingo, la derecha cedió precipitadamente la Constitución de 1980. En blanco y negro: con pacto social y gabinete de unidad nacional no habría habido proceso constitucional.
La derecha se resignó a ser un vagón de cola. No obstante, la desmesura de la Convención y la detonación de la crisis económica y de seguridad precipitaron el triunfo del Rechazo y su control inesperado del proceso constitucional. Pero, en lugar de tomar la propuesta unánime de los expertos y hacerle remiendos mano a mano con la centroizquierda, optó por una propuesta maximalista que terminó derrotada. En blanco y negro: con una derecha menos impetuosa tendríamos liquidada la cuestión constitucional.
Si la derecha chilena, observando autocríticamente su propia historia, aprendiera a domesticar esa obstinada avidez que la empuja siempre a tratar de quedarse con todo, se ayudaría mucho a sí misma. Y a la democracia.