“Grabación secreta” del caso Zalaquett:
Ministro: —Ha hecho calor hoy.
Empresario salmonero: —Bastante calor. A propósito, ¿a ustedes les gusta el pan de Pascua con o sin fruta confitada?
Lobista: —Con, sin lugar a dudas.
Ministra: —Y la empanada ¿con o sin aceituna?
Otro empresario salmonero: —Con, pero sin pasas.
Lobista: —¿Alguien quiere más canapés? No hemos hablado nada de fútbol todavía…
Ministro: —Y no nos vayamos sin hablar de buenas series para ver en las vacaciones.
Si existiera una grabación secreta del caso Zalaquett, evidentemente no sería así. Lo ocurrido es, a todas luces, escandaloso…
“No todo diálogo es lobby”, han dicho reiteradamente los ministros estos días. Una obviedad, como decir que la Tierra es redonda. Pero que por obvia no deja de ser cierta. No todas las reuniones son iguales. No todas las reuniones son reprochables. No todos los canapés son iguales.
Un encuentro en el que participa un grupo de empresarios de diversos sectores y que invita a la ministra del Interior o al canciller para que cuenten lo que están haciendo no es en sí mismo reprochable. Se podrá discutir la diferencia del acceso al poder de la ciudadanía, pero ello es tan inevitable como la vida misma.
Otras reuniones privadas y secretas entre los actores políticos no solo no son reprochables, sino que son necesarias para poder llegar a acuerdos. La pretensión de la pecera transparente enarbolada por la misma generación del Frente Amplio en contra de la “cocina” no solo era equivocada, sino que iba contra la esencia misma de la política. Se requiere negociación, persuasión y acuerdos privados.
Muy distinto a esas “tertulias generales” o a esas negociaciones políticas es el caso ocurrido con los empresarios salmoneros, donde se juntaron exclusivamente reguladores y regulados, en la opacidad de la noche, en un departamento de la comuna de Lo Barnechea. La reunión puede existir, pero ella debe darse donde corresponde y —lo más importante— establecerla tal como es: como un lobby. Tal como si se hubieran juntado los notarios con el ministro Cordero. O los casinos con el superintendente.
Las argumentaciones de los ministros involucrados han sido completamente deficitarias. El ministro dijo saber que Zalaquett era lobista. La ministra dijo no saber que era lobista. Ambos denotan un problema. Si sabía que era lobista, no podía ir; si no sabía, tiene un problema en su gabinete. El ministro dijo que si hubiera sabido que había alguien de la industria pesquera no habría ido. Pero el problema no radica ahí. En todos esos casos la ley claramente la contempla como sujeta de lobby.
La ministra Vallejo ha ido más lejos. En vez de enarbolar, esta vez correctamente, la tesis del “descriterio”, enarboló la tesis de que “ninguna de estas reuniones tuvo por objeto incidir en una decisión de las autoridades”. Es decir, fueron para hablar del pan de Pascua, de las empanadas y de las series de Netflix.
En paralelo, uno de los errores conceptuales más grandes que se han escuchado, a propósito del caso, es que es adecuado que las autoridades “negocien” las reformas y las leyes. Ello es un error profundo. Ni la ministra Jara debe negociar con la CPC, ni el ministro Grau debe negociar con los salmoneros. Las autoridades deben escuchar (no de manera secreta), pero es la autoridad política o el Parlamento los que deben determinar las leyes. Algo que, por lo demás, ya tenía muy claro Adam Smith en 1776.
Transcurridas ya dos semanas desde que se conocieron los hechos, el Gobierno no logra cerrar la discusión. Con explicaciones infantiles prolonga y prolonga el problema. Y el problema es que el episodio es otro espolonazo más a la generación que enarboló la tesis de los “estándares éticos superiores”.
Mención aparte es la capacidad de convocatoria de Zalaquett. Mención aparte es la cocina de Zalaquett. Tal parece ser que, como dijo un escritor francés hace ya 200 años, “la suerte de las naciones depende de su manera de alimentarse”.