Encuentro por azar, hojeando un libro autoeditado por el poeta Diego Maquieira, un poema de Omar Khayyam, poeta árabe del siglo XI, que me parece ilumina las causas de la profunda crisis en la que estamos. Se agradece a Maquieira —el más antiacadémico de los poetas— que haya reunido en este volumen de bolsillo lúcidas citas que desde el pasado muy remoto permiten entender mejor el presente. ¿Y qué mensaje nos envía desde ese remoto pasado el espíritu libre de Khayyam? Lo cito íntegro, vale la pena leerlo: “Los que han dominado las cátedras/ y se han apropiado de todas las virtudes/ y acumularon toda la ciencia/ y reservaron para sí/ todo lo que era perfecto/ deslumbraron los cenáculos/ y fueron consagrados lumbreras./ Pero perdieron el camino en esta noche tenebrosa/. Sabemos ahora que todo aquello era insensatez/ Dijeron tonterías y adormecieron”.
El poema es una crítica a la influencia perniciosa que puede tener una cierta élite intelectual cuando intenta aplicar mecánicamente sus teorías en la realidad. En el caso chileno, se privilegió la ideología sobre la realidad, se tuvo un desprecio absoluto de la realidad, se abandonó el sentido común. El resultado está a la vista: el país está en una suerte de pantano anímico y espiritual, sin horizonte. Nos estamos empobreciendo no solo económicamente, sino culturalmente, y ese resultado desmiente el relato de los “que han dominado las cátedras”, que nos decía que este era un país en ruinas, un relato que se convirtió en verdad revelada y que llevó a tomar medidas y decisiones equivocadas, por no decir extraviadas.
Pienso en la validación teórica de la violencia, en la justificación de la devastación del espacio público, en la inteligencia académica al servicio de la deconstrucción de la autoridad, del orden público. Ahí están sus nefastos resultados: la policía debilitada y llevada al banquillo, la anomia instalada, los delincuentes dejados en libertad y con pensiones vitalicias. Pienso también en los discursos de los “que deslumbraron los cenáculos” a favor de la gratuidad en la educación universitaria y de la educación pública, discursos que, paradójicamente, terminaron devastando esa misma educación pública: los resultados de la última PAES, por más que el Gobierno apueste por la opacidad de la información, muestran cómo los “consagrados lumbreras” del poema de Khayyam “perdieron el camino en la noche tenebrosa”. Y pienso en el buenismo y la superioridad moral con que llegaron al poder los educados en esas extraviadas cátedras: ellos, “los que se han apropiado de todas las virtudes”. “Los que lo tuvieron todo y lo perdieron todo”, como dijera atinadamente un decano con espíritu libre. Pero no solo ellos perdieron… En octubre del 2019 nos hicieron pensar que los fuegos y las piras eran el esplendor de un nuevo comienzo: luego descubrimos que solo era piromanía y nihilismo narcisista. “Sabemos ahora que todo aquello era insensatez”, dijo Khayyam. Insensatez arropada de grandes discursos y consignas. Nos dijeron que lo que venía era el despertar, “Chile despertó”, repitieron. En realidad, “dijeron tonterías y adormecieron”. Tonterías que llevaron a una ministra del Interior a ser recibida a balazos en Temucuicui: ahí empezó el verdadero despertar.
Khayyam, astrónomo, poeta y matemático persa, tuvo que enfrentar el fanatismo y dogmas de su tiempo, y postuló un sano escepticismo ante ellos, porque tenía los pies en la tierra, era tierrafirmista. La nueva élite gobernante —salvo si quiera seguir negando la realidad— debiera leer más a Khayyam y todos los tierrafirmistas de todos los tiempos, y menos a Laclau y Chantal Mouffe, alejarse del Sanedrín de las abstracciones y la “cháchara de altura” de la que hablaba George Steiner. Mirar la realidad cara a cara, sin dar cátedra, más bien abrirse a recibir la dura pero sabia cátedra que siempre nos da la realidad.