En este año nuevo espesos nubarrones nos envuelven. Los problemas de seguridad, educación, salud, economía, modernización del Estado y tantos otros son acuciantes y nos agobian. Pero todos los bandos divergen diametralmente en las soluciones. Además, y por encima de dichos problemas, lo más complejo es que existe una desconfianza radical y generalizada entre Gobierno y oposición, también dentro del Gobierno y dentro de la oposición. Se suman, además, infinidad de intereses grupales, las “conquistas” que uno por aquí y otro por allá han ido logrando por la debilidad del mundo político que ha manejado el Estado.
Hay buenos diagnósticos, pero todos ellos pecan de una visión que solo afirma el presente. Como un mantra se clama por la necesidad de alcanzar acuerdos, como si solo bastara con la buena voluntad: pero también estos llamados no apuntan más allá del presente. Nada hay en la polémica actual que apunte, o que trasluzca siquiera, una mirada al futuro. Envueltos en medio de los nubarrones se pierde toda noción de orientación que pueda guiar los pasos inmediatos.
Solo el futuro puede orientar el presente y señalar una ruta. Es preciso definir las metas a conquistar mirando al futuro. Lo contingente que nos agobia es importante, pero no es lo fundamental, porque no tiene potencia suficiente para movilizarnos en el largo plazo. Hoy vivimos desorientados en medio de los nubarrones y aferrados a privilegios pequeños que, sumados, constituyen un peso insoportable para el país. Los vaivenes de los políticos y su reflejo en el electorado constituyen un claro testimonio de este extravío. Es preciso apuntar a objetivos futuros que superen lo contingente y nos eleven: lo espiritual, lo místico, lo mistérico es lo que genera la energía para superar la inercia y la negatividad.
Lo fundamental es fortalecer el “yo” de Chile: creer que en nosotros hay valores reales por los que vale la pena ordenar la vida, tanto individual como colectiva. La lucha de unos contra otros es un camino destructivo en el que nos han metido los particularismos y las ideologías. No ver la necesidad de futuro es el mayor problema y la mayor anormalidad que nos afecta.
Es preciso convencernos de que todos tenemos la capacidad de aportar un grano de arena y que, sumando el de uno más el de otro, terminaremos formando una montaña. La majestuosidad de la cordillera se compone de un montón de montones amontonados. Del mismo modo, la inmensidad del mar y sus magníficas olas se forma por infinitas gotas.