Muchos años después, Cirob había de recordar esa tarde remota y lluviosa cuando su compadre, Noskcaj, lo llevó a abrir ese armario. Habían sido años de bonanza en Macondo. La planta de producción de plátanos, una inversión extranjera, andaba a toda máquina. Los dos adolescentes no anticipaban la aventura que iniciaban.
Cirob había soñado con esa ciudad ruidosa, con casas de paredes pintarrajeadas, pero nunca se imaginó que ese ropero era un pasadizo a ese otro mundo. Una vez dentro de la misteriosa antigüedad, mágicamente los dos chicos se transportaron a un paraje nublado, un invierno permanente, en donde los recibió un letrero que decía “Bienvenidos a Narnia”.
La acogida de los residentes los conmovió. Se notaba que en tiempos antiguos la cosa había andado bien en ese mundo, pero el malestar por una demanda de progreso insatisfecha les tocó el alma. Era como si la economía de Narnia estuviese detenida bajo un hechizo maligno. Algo parecido habían leído en los libros de la historia de Macondo, pero era la primera vez que lo veían en persona.
Uno de los jóvenes se atrevió a preguntar entre quienes los celebraban qué había ocurrido, ¿qué podía explicar que ese lugar se hubiese estancado? Un león grande, de pelaje rojo, levantó rápidamente la voz: “Es la bruja blanca, esa que opera con las reglas del mercado, la que ha dejado la embarrada”. Agregando: “Todo gracias a unas leyes que están inscritas en una mesa de piedra y que aprovecha la bruja malvada”.
Sin imaginar que podía haber gato encerrado, los adolescentes le compraron la historia al león, sin reparos. Rápidamente desarrollaron un plan para derogar esas leyes (de demanda y oferta). En el centro estaría una idea más vieja que el hilo negro. ¿Cómo generar empleo? El Estado. ¿Cómo promover la inversión? El Estado. ¿Cómo explotar los recursos disponibles? El Estado. ¿Un nuevo iPhone? Por supuesto, el Estado podría producirlo. Y así avanzaron con una campaña que aprovechó la frustración ciudadana por el largo invierno, sin darse cuenta del engaño.
La gente, claro, notó algo raro. Sin importar sus ineficiencias, el funcionamiento de la primera empresa del Estado dejó a los dos amigos perplejos de asombro. Era como si no supiesen a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad. Hipnotizados, vieron ahí el futuro de Narnia, mientras la gente observaba preocupada los evidentes problemas de productividad de la estatal. Esa diferencia de apreciaciones debió alertarlos, pero no hubo caso.
No pasó mucho tiempo antes que ambos comprobaran que la bruja blanca no existía y que las leyes del mercado no se derogaban. El invierno de Narnia se profundizó, tanto así que fue necesario salir arrancando. Patitas dentro del armario, pasadizo para el otro lado y de vuelta a Macondo. Habían sido como dos minutos. El felino se había salido con la suya.
Al despertar al otro lado, las sorpresas continuaron. No habían sido dos minutos sino dos años. La lluvia se había eternizado y los inversionistas de la empresa de plátanos, marchado. Ahí los dos amigos cayeron en cuenta. Lo de Narnia no había sido más que una alucinación y el juvenil error, una realidad. Tristemente, ahora el invierno era permanente también en Macondo.