En los últimos cien años hemos tenido siete plebiscitos. Como diría Nicanor Parra, los plebiscitos son cosa seria. No son elecciones comunes. Aquí se deciden asuntos de mucha importancia. Por ejemplo, en 1925 casi un 95% apoyó la nueva Constitución de Alessandri.
Durante casi 50 años no tuvimos más plebiscitos, hasta que en 1978 Pinochet sometió a votación su legitimidad “frente a la agresión internacional”: un 79% habría marcado la bandera de Chile por sobre una bandera negra. La Constitución de 1980 también fue plebiscitada: la estrella le habría ganado al círculo negro con un 66%. Eso sí, en el histórico plebiscito de 1988 el “No” triunfó con un 56%. Este ciclo de plebiscitos se cerró con las reformas constitucionales que fueron aprobadas en 1989 con un 91%. Entonces se inició la exitosa y ejemplar transición de la denostada Concertación.
Hace cuatro años comenzamos otro ciclo plebiscitario gatillado por el octubrismo.A diferencia del anterior, en esta etapa se hicieron preguntas. Los signos de interrogación reemplazaron a las afirmaciones. En el plebiscito del 2020, con el miedo del estallido y del covid a cuestas, la pregunta fue: “¿Quiere usted una nueva Constitución?”. Un 78% votó “Apruebo”. Había que aferrarse a la esperanza. Así iniciamos el nuevo periplo constitucional. En el de septiembre de 2022, con voto obligatorio, se preguntó: “¿Aprueba usted el texto de Nueva Constitución propuesto por la Convención Constitucional?”. Votamos más de 13 millones de chilenos y un contundente 62% optó por el “Rechazo”. Fue un portazo a la decadencia radical. Y también un mazazo al entusiasmo refundacional del Gobierno.
Como había que salir del túnel constitucional, el Congreso designó a un Comité de Expertos. Mientras negociaban un borrador, en mayo elegimos un nuevo Consejo Constitucional. El Partido Republicano arrasó. Este proceso, a diferencia del anterior, fue sobrio y ordenado, quizá demasiado ordenado. Y así llegamos al fin de este ciclo plebiscitario con la pregunta: “¿Está usted a favor o en contra del texto de Nueva Constitución?”. Esta vez las alternativas son “A favor” o “En contra”. Sin embargo, también llegó la confusión.
En este plebiscito muchos no saben por qué votan ni qué se vota. “Cualquier resultado será mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”, nos decía el Presidente Boric. Eso ya no es así. Ahora hay que votar “En contra” para mantener la Constitución de Pinochet. Del otro lado dicen que hay que votar “A favor” para castigar al Gobierno. Vaya confusión. Y si usted ha seguido la franja, es todo aún más confuso. Lo más penetrante y convincente es el sonido y la imagen de nueve candados cerrándose. Pero lo más curioso es que ese mismo mensaje que clama por cerrar el proceso —el único mensaje “claro y distinto”, como dice Descartes en sus “Meditaciones”— aparece en ambas franjas. Ya nadie sabe para quién trabaja.
Como puede ver, nuestra experiencia plebiscitaria es solo otro retazo de lo que somos. Chile es un país de contrastes que busca y encuentra sus límites. El primer ciclo permitió terminar la dictadura y transitar hacia los años más exitosos de nuestra historia republicana. Saltamos de Pinochet a la Concertación. Y ahora podemos saltar, en otra ironía de nuestra historia, del octubrismo a la sensatez, de la apología de la violencia a un nuevo y mejor orden político.
Un poco de historia puede subir el ánimo. Entre tanto contraste y confusión, pareciera que siempre encontramos alguna salida. Así lo hicimos con los últimos dos plebiscitos bajo la dictadura. Y algo similar podría repetirse este domingo. Si la historia no se repite, al menos rima: sería el fin del octubrismo. Y si gana el “A favor”, la probabilidad de que la política y la economía mejoren es mucho mayor. La tercera será la vencida.