Señor Director:

Lentamente, y sin mucha estridencia, se han podido leer algunos análisis de la prueba PISA que, indirectamente, nos invitan a celebrar sus resultados. Y es que países con altos estándares educativos, como Finlandia o Suecia, mostraron caídas en sus puntajes mucho mayores que la de Chile durante la pandemia. La evidencia mundial muestra el daño que genera cerrar las escuelas; sin embargo, nuestro país, uno de los que mantuvieron sus escuelas cerradas por más tiempo, pareciera haber sufrido un golpe menor que otros que cerraron por poco tiempo o no cerraron.

La verdad es que si a un atleta de alto rendimiento se le impide entrenar por una semana, su rendimiento va a caer, mientras que las mismas condiciones pueden ser irrelevantes para una persona sedentaria. Sin embargo, si los ponemos a correr veremos que la persona sedentaria no ha acortado realmente la brecha. Que los niños más vulnerables hayan mostrado un daño educacional leve muestra, en parte, el poco valor agregado que están entregando sus escuelas, lo que debiese alarmarnos, no tranquilizarnos.

Pero puede ser peor. En promedio los hombres redujeron sus puntajes en lenguaje y matemáticas en 1 punto, mientras que las mujeres lo hicieron en 11. Los efectos de la pandemia y el cierre de escuelas son mucho más evidentes cuando se evalúa el retroceso en el esfuerzo por cerrar brechas de género. Mujeres de 15 años que debían estar estudiando probablemente tuvieron que asumir labores domésticas para que los jefes de hogar pudieran trabajar, y todo indica que ellas pagarán la mayor parte del costo de cerrar las escuelas con tanta facilidad.

Chile sigue sin siquiera acercarse al promedio de la OCDE en la prueba PISA, y eso nos habla de un problema estructural. No celebremos derrotas: saquemos conclusiones que nos ayuden a mejorar.

José Antonio Valenzuela
Pivotes