Las dos opciones concurrentes en el próximo plebiscito hacen esfuerzos denodados para ganarse a una ciudadanía indiferente e irritada, a la que hastía un debate que no entiende y que le suena estéril. Para ambas corrientes, la situación es incómoda. Como en un juego de máscaras, las dos han tenido que adoptar posturas que jamás habrían imaginado. Las derechas unidas votarán a favor de suplantar la Constitución vigente, la misma que defendieron con dientes y uñas y en defensa de la cual muchos acusaron al presidente Piñera de traidor. Las izquierdas nuevamente reunidas, por su lado, votarán para ratificar la Constitución “tramposa” que algunos tanto bregaron por suplantar, pues sería preferible a la emanada de un Consejo dominado por la derecha.
Nada de eso lo pueden decir abiertamente, pues sería perder cara ante sus electores. De ahí el gigantesco desafío de las franjas de propaganda electoral: ¿Cómo despertar adhesión en un electorado escéptico que no comprende cuál es la encrucijada, ni por qué elegir entre opciones por las que ni sus promotores se cortarían las venas? Sus estrategas y creativos seguramente se plantearon lo obvio: tenemos que constituir un dilema que posea dramatismo, que parezca de vida o muerte, e identificar un adversario tenebroso, pero que el ciudadano común —cual moderno David— puede derrotar con el arma de su voto.
La tarea parecía más fácil para el En contra. Repudiar es, por sí mismo, un acto de dignidad y heroísmo; algo así como una vitamina para el ego. Cuando se miran las franjas, sin embargo, es la opción A favor la que mejor lo ha hecho en este plano. Su narrativa se organiza sobre el dilema siguiente: o continuar con la violencia, el crimen, la corrupción, la inmigración y la impericia gubernamental nacidas con el “estallido”, o volver al Chile pre octubre de 2019 (el del “oasis”), poniendo un candado a los cambios promovidos o tolerados por quienes se sintieron identificados o interpelados por esa irrupción. Bajo este encuadre no tiene sentido referirse a las bondades de la oferta: lo importante es denunciar la amenaza que entraña la opción contraria. Es el mismo camino que siguió el Sí en 1988: presentarse como la barrera ante el temor que producía el retorno a la UP, no como la continuidad de Pinochet. Ahora es lo mismo, pero mejor hecho.
Para el En contra las cosas se han vuelto cuesta arriba. Sus partidarios no pueden llamar a un voto de protesta, que es lo propio de un rechazo. ¿Protesta contra qué? Aunque no sean su responsabilidad, están en el Gobierno y la población les endosa sus problemas. Aunque les disguste el orden constitucional actual, ahora deben respaldarlo como mal menor. En caso de triunfar, por ende, no será un avance de la agenda de las izquierdas: será apenas mantener el derecho a sobrevivir. Solo les queda denunciar el proyecto como “malo” y como un “retroceso”, lo cual no es fácil explicar porque son sutilezas que son invisibles a los ojos de los legos, y diamantes en manos de tinterillos inescrupulosos.
Nadie sabe qué opción va a triunfar, pero ya hay un resultado inamovible: la aspiración de enterrar el tipo de orden capitalista que prevalece en Chile desde hace casi 40 años mediante una nueva Constitución, queda fuera del radar por, al menos, una generación. Es más: si gana el A favor sus rasgos liberal-contractualistas se verán radicalizados, con más límites a lo público y más espacios para lo privado; esto, sazonado con un aire moralista conservador. Esta consolidación ya no se puede imputar a la dictadura o a la inercia de los “30 años”: es una decisión democrática adoptada tras un largo proceso deliberativo.
“Let's face it” exclaman los anglohablantes cuando llega el momento de ser realistas, de aceptar un hecho aunque sea incómodo y de enfrentarlo con espíritu positivo. La Convención, paradójicamente, legitimó el orden democrático-capitalista chileno, y ahora solo queda por decidir si este seguirá abierto —como hasta ahora— a dosis homeopáticas de valores socialdemócratas o si cualquier resquicio quedará cerrado por la Constitución. Poco importan las franjas o las declaraciones: esto es lo que está en juego el 17-D. “Let's face it”.