No sorprende lo relajado del Presidente de China en San Francisco, esta semana. Xi siempre se presenta con su apariencia bondadosa, a pesar de su probada dureza para quienes lo desafían.
Su enigmática sonrisa es la misma en San Francisco que en Moscú, donde fue recibido en marzo con pompa y circunstancia por Vladimir Putin, su “querido amigo”, a quien ensalzó por su “sólido liderazgo”, afirmando que “China y Rusia continuarán trabajando juntos con firmeza en defensa del orden internacional”.
Putin, energético, aislado de Occidente; Xi, distendido y cortejado en todas partes. Ambos autócratas, de similar edad, mantienen una cercanía paradojal, considerando la anterior enemistad entre China y Rusia, base de la entrevista de 1972 entre Mao y Nixon para defenderse entonces de la expansión de la Unión Soviética. En poco más de tres décadas el cambio es brutal, de impacto mundial. Luego del colapso soviético en 1991, el aliado de China es Rusia y el enemigo común, Estados Unidos.
En San Francisco, Xi es recibido protocolarmente como los demás líderes de las 21 economías de APEC, reunión que pasó a segundo plano por su entrevista con Biden, en momentos de ásperos desencuentros por guerras en Ucrania y Gaza, conflicto por Taiwán, creciente inestabilidad en el Medio Oriente, peligros en el Indo Pacífico, crisis energética y amenazas a la paz y seguridad mundiales.
En la reunión presidencial en San Francisco, aparece nuevamente la sonrisa inescrutable de Xi, que esconde abismantes discrepancias con Biden, tampoco visiblemente tensionado. Xi ha visitado más de 12 veces Estados Unidos. A los 33 años se hospedó por varios días en la casa de un granjero de Iowa para conocer la gestión agrícola norteamericana. Su única hija estudió en Harvard. A la hora de sus decisiones, nada de eso debería importar
La cumbre con Biden arrojó mínimos avances. Se destaca que mantendrán abiertas las líneas de comunicación entre los presidentes, los generales y almirantes de ambos países. Hay otros anuncios: Xi impedirá las mortales exportaciones de fentanilo y sus precursores a Estados Unidos, llegarán más osos pandas, compartirán intereses sobre cambio climático e inteligencia artificial.
La entrevista duró la mitad de la celebrada con Putin, sin elogios mutuos ni invitación a visitar Beijing, como fue en Moscú. No podía ser de otra manera.
A ninguno le convenía ceder posiciones. Durante la campaña presidencial Biden no puede mostrarse concesivo cuando su electorado exige un líder duro con China. Xi sabe lo que todos: según la mayoría de las encuestas, si la elección fuera en estos días, se elegiría a Donald Trump. Habrá que conformarse con una educada, algo hipócrita, calidez en el trato entre ambos presidentes, y esperar otro encuentro presidencial para descomprimir las relaciones entre China y Estados Unidos.