“Eran casi las dos de la tarde. Sentí vibrar el teléfono móvil en mi bolsillo. Apareció el nombre de la llamada entrante: el diputado Gabriel Boric. Intuí que su llamada tenía sentido de urgencia. ‘Gonzalo, lo que está pasando es serio'. Con un tono que denotaba cierta angustia, me hizo un pormenorizado análisis de lo que estaba ocurriendo en el metro. ‘En esto no está el Frente Amplio, ni siquiera somos capaces de dimensionarlo'. Había estado en miles de protestas. ‘Aquí hay algo nuevo, mucho más fuerte y violento'. La llamada solo vino a confirmar las sensaciones que comenzaban a apoderarse de todos nosotros. Era como si se aproximara un huracán. Una catástrofe apocalíptica que arrasaría todo y ante la cual no había escapatoria posible. Con el caer de la noche el silencio se fue apoderando de La Moneda. Era poco y nada lo que podía hacer ante lo que estaba ocurriendo. Mientras revisaba la avalancha de mensajes que inundaban mi teléfono apareció… una fotografía del Presidente Piñera en un restaurante del sector oriente de la capital. Supuse que era fakenews. Al poco rato se confirmó la noticia. Me pareció, literalmente, un ensañamiento del destino. Carabineros no tenía ninguna posibilidad de controlar los desmanes. ‘No hay más', era el mensaje que invariablemente llegaba desde el alto mando policial. Era como una película de terror urbano. Una pesadilla que no sabíamos si concluirá con las luces del amanecer. En más de un sentido, ese día nos desfondamos”.
El testimonio de Gonzalo Blumel es espeluznante. En el Gobierno cundía “el desconcierto” y en la propia alianza oficialista reinaba la empatía con la erupción. Nadie convoca “a manifestarse en contra de la violencia”. Desde los partidos oficialistas, en cambio, le piden al Ejecutivo “hacerse cargo del malestar, reconocer los problemas estructurales del modelo económico y materializar una dadivosa agenda en pensiones, salud y sueldos como requisito básico para recuperar la paz social”. Solo el senador Insulza llama a “reprimir con energía”; Guillermo Teillier, en tanto, pide la renuncia de Piñera para llamar a elecciones.
El sábado 19, junto con decretar estado de emergencia, el Presidente señala que ha escuchado “con humildad la voz de mis compatriotas” y anuncia que en los días siguientes convocará “una mesa de dialogo amplia y transversal”. El domingo se concreta una reunión con los tres poderes del Estado. “No cabe otro camino que colaborar”, declara el presidente del Senado, Jaime Quintana.
Mientras las protestas se extienden, en parte azuzadas por el infausto “estamos en guerra” presidencial, en La Moneda se efectúa el esperado encuentro con los partidos tras el propósito de “avanzar hacia un acuerdo social”. No llegan todos, pero cuenta Blumel que “el tono general fue de respeto”. Se comprometen a mandar por escrito sus propuestas, pero el Presidente —como es usual en él— decide adelantarse. Esa misma noche informa de una “nueva agenda”, precedida por una inesperada declaración: “reconozco y pido perdón por esa falta de visión”.
Días después se congrega ese “mosaico multitudinario y anónimo, a medio camino entre la rabia y la esperanza”, como describe Blumel la marcha del 25. “A tanto llegó el impacto de la movilización —señala— que el propio Presidente Piñera salió a reconocer en su cuenta de Twitter su significado. ‘Todos hemos escuchado el mensaje, todos hemos cambiado', publicó”. Ninguna mención a un “golpe de Estado no tradicional”.
Blumel narra luego cómo, en lugar del “acuerdo social” que entonces muchos reclamaban, se abrió paso este prolongado y accidentado proceso constitucional. ¿Fue el mejor camino? Nadie puede saberlo con certidumbre; pero al menos consiguió vencer a la violencia y salvar a la democracia. No es poco a la luz de las fatalidades que estremecen hoy al mundo.