A pesar de tener un nacimiento común —ambos fueron reglamentados en las tradicionales public schools inglesas durante el siglo XIX—, siempre hubo diferencias hasta filosóficas entre el fútbol y el rugby.
La causa de la escisión que se produjo en el seno de la Football Asociation (FA) tuvo un sostén eminentemente ideológico. Los representantes de la escuela de Rugby no estuvieron de acuerdo en la visión de sus colegas de Cambridge, Eton y Harrow, quienes impusieron en las reglas consensuadas del juego que no se pudieran utilizar las manos y que se descartara el tackle como modo de marcación y reducción del rival.
La historia posterior a ese hecho trascendental tuvo también nuevos capítulos de disociación, en especial en lo referido a la difusión de uno y otro deporte. Y es que mientras el fútbol logró penetrar rápidamente a las capas populares (se formaron clubes al amparo de industrias, puertos y parroquias), el rugby se mantuvo en un ámbito fundamentalmente elitista, es decir, en los colegios y centros de estudio con el afán de mantener las tradiciones.
Con los años, esto último provocó varias diferencias entre el fútbol y el rugby desde el punto de vista de la expresión de ambas disciplinas.
Luego de salir al mundo e integrar rápidamente las diversas y hasta contradictorias formas de vida de sus cultores y seguidores, el fútbol se profesionalizó y pudo convertirse en un fenómeno social a través de su alianza con los medios de comunicación. El rugby, en tanto, se mantuvo hasta el día de hoy en un lugar de confort, apegado a principios, valores y tradiciones decimonónicos. Y el que no calza en ellos, simplemente no es parte de este deporte.
Curioso es que, en estos días, quizás por primera vez en la historia, los chilenos puedan observar de manera clara las diferencias conceptuales entre ambos deportes. Y en este caso, el rugby —que ahora genera una atención que no tiene habitualmente— puede ser una enseñanza para el fútbol que tiene tanta exposición.
Veamos. Los “Cóndores” llegaron al Mundial sin grandes expectativas, pero sí con varios objetivos: ser competitivos dentro de sus márgenes, insertarse en la élite, vivir una experiencia que podrá dar dividendos a futuro, ayudar al desarrollo de sus jugadores. Es decir, el Mundial es parte de un proceso. No el fin.
La selección de fútbol, en cambio, tiene una sola meta: alcanzar los puntos para llegar al Mundial. Por eso el éxito y el fracaso se medirá a partir de si cumple o no esa meta. Y ahí se termina todo.
Los dirigidos de Eduardo Berizzo también tienen una obligación anexa: ser capaces de exhibir un sello, algo que el equipo de Pablo Lemoine no tiene en vista, porque juega a lo que puede jugar sin aprensiones ni mayores debates.
Los procesos de uno y otro equipo, por cierto, han sido muy distintos. Los “Cóndores” tuvieron un rápido recambio desde la llegada del DT uruguayo, algo que en la Roja futbolera ha demorado demasiado. En el rugby, el entrenador eligió a los que se ajustaban a sus reglas. En el fútbol, mandan las sensaciones de los “líderes de opinión” por sobre el entrenador. Sí, nunca es bueno igualar peras con manzanas. Pero sirve mirar hacia los lados y no solo el ombligo para crecer. Miremos.