Decía en la columna anterior sobre este tema que nuestra democracia era sólida en términos formales hacia 1973, pero vulnerable, porque era inconsecuente o adolecía de condiciones sociales y educacionales que no se condecían con un auténtico sistema democrático. Otra circunstancia que conspiraba contra su funcionamiento, y también de base, se refiere a la conducta de los partidos políticos. Funcionaron ajenos a toda regulación constitucional y legal. La Constitución de 1925 los menciona de paso, una sola vez. Asunto que tuvo consecuencias perjudiciales corriendo el siglo XX.
La práctica partidaria interna no era democrática. Sus directivas surgían a partir de acuerdos cupulares, así también las decisiones que adoptaban, ganándose desprestigio entre sus bases y entre parlamentarios, los cuales desobedecían directrices sin que para ellos significase algo. A lo más, se los expulsaba de la colectividad o la abandonaban motu proprio, sin dejar el hemiciclo: adherían a otro partido o formaban uno nuevo. He aquí el origen del fraccionamiento partidista. Su número en elecciones: 19 en 1933; 19 en 1953 y 15 en 1973.
También los partidos adoptaron la práctica de intervenir libre e indebidamente en materias propias del Ejecutivo —por medio del “cuoteo”, la “orden de partido” y “pase” ministerial—, sin que el Presidente pudiera reaccionar, porque su actuar estaba delimitado constitucionalmente, no así el de los partidos, lo que provocó graves rupturas entre el mandatario y su propia tienda. Fue el caso más extremo, no obstante ser corriente desde 1938 hasta 1973, síntoma de una subyacente aspiración al cogobierno. Aspiración que pasó a ser evidente en el pacto de la Unidad Popular, con su Comité Político representativo de la multipartidaria, el cual coordinó la ejecución del programa, su operatividad y los planes del gobierno.
Otra irregularidad era el financiamiento de los partidos. A veces provenía de los llamados “poderes fácticos” cuando no directamente de recursos fiscales y, corriendo los años 60 —Guerra Fría, mediante—, de procedencia extranjera en renombrados casos. Tiempo en que el sistema de partidos fue cruzado por ideologías, y sus programas de gobierno consistieron en “planificaciones globales” de reformas estructurales o pretensiones refundacionales; en definitiva, concepciones de sociedad completas. El objetivo era alcanzar el poder para implementarlas de modo cabal, sin transacción alguna. Cuestión que polarizó el panorama político nacional y la sociedad chilena en general. La intransigencia y tensión de las relaciones políticas fue derivando en confrontaciones en diferentes ámbitos, entidades y medios de comunicación. Ambiente que devino en enfrentamientos callejeros de grupos partidarios, pasando a acciones terroristas ejecutadas por brigadas de militancias distintas, concluyendo en la legitimación de la violencia política, propagada desde la Revolución cubana vía Ernesto Che Guevara. Una directriz que fue acogida en Chile por el MIR y más tarde por otros sectores de izquierda.
Hacia 1973, sin regulación constitucional, ajenos a toda legislación partidaria, nuestra democracia fue sui generis. ¿Qué se dirá de la actual?