Las declaraciones del ministro de Educación a propósito de las evasiones en el metro, donde arguyó, aunque no con la claridad esperable de un profesor, que la calificación de los hechos depende del contexto, merecen un análisis.
Aparentemente, el ministro tiene toda la razón.
Muchas de nuestras aseveraciones son dependientes del contexto. Sobre eso no parece haber duda. El caso más flagrante son los enunciados referidos a hechos. De ahí la famosa frase de Keynes que se suele citar: “Cuando las circunstancias cambian yo cambio de opinión, ¿qué hace usted?”. Y esto parece obvio. Desde luego, sería estúpido que usted mantuviera su opinión una vez que los hechos cambian o se revelan diferentes a como usted los percibió inicialmente. Otro caso similar es el de las afirmaciones que dependen de la posición del observador. Muchas veces, usted observa algo cuando está situado en un lugar (por ejemplo, ve ciertas figuras en la Luna), pero si se cambia de lugar las figuras desaparecen. Otro caso, para no seguir, son lo que se llama observaciones prima facie o a primera vista. Usted ve a lo lejos algo peludo y piensa que es una oveja; pero cuando el animal se acerca, era un perro. La primera fue una observación prima facie y es razonable que al acercarse usted diga: ah, no, no era oveja; era un perro.
Así entonces, pareciera que, efectivamente, nuestros enunciados dependen del contexto. No es que usted cambie de opinión, sino que es el contexto el que cambia.
¿Tiene entonces razón el ministro cuando, esgrimiendo el contexto, comprende y apoya las evasiones de octubre del 19 y ahora las rechaza?
No, no la tiene.
Porque los seres humanos no solo formulamos aseveraciones relativas a hechos, sino que también calificamos los hechos; decimos si están bien o están mal, si son correctos o incorrectos, si son lícitos o ilícitos. Y para eso necesitamos criterios morales o normativos a cuya luz los hechos se revelen como correctos y dignos de encomio o incorrectos y necesitados de rechazo. Y esos criterios no dependen de los hechos, puesto que lo que hacen es calificar a estos últimos.
El caso más obvio de esos criterios es la exclusión de la violencia en un régimen democrático. La democracia es una forma de convivencia que admite todos los puntos de vista y todas las demandas y todos los reclamos y todas las quejas, a condición de que no se recurra a la coacción o la violencia para promoverlas. Ese es un principio incondicional de la democracia: la admisión de todos los fines, pero la exclusión de la violencia o la coacción. Las reglas democráticamente acordadas deben respetarse incluso cuando vayan contra el propio interés. Ese es otro principio. Si alguien (es de esperar, claro, que no sea el ministro de Educación) dice que la violencia está excluida en democracia, salvo que el gobierno sea del signo opuesto al propio, lo que está diciendo es que no cree en la democracia. Y si alguien afirma que las reglas adoptadas en democracia hay que respetarlas salvo cuando me parezcan injustas, en realidad está socavando la democracia (y esto nada tiene que ver con la desobediencia civil, por supuesto, puesto que en este caso el desobediente acepta la sanción que le imponen las reglas para mostrar cuán injustas son).
Un ministro de Educación tiene, entre otros deberes, que recordar a las nuevas generaciones (y también a quienes educan a las nuevas generaciones) los principios básicos de la convivencia democrática, entre los que se cuentan ciertos criterios incondicionales como los que se acaban de mencionar. Lo que no puede ocurrir es que cuando un estudiante le pregunte qué forma de protesta es lícita y cuál no, o consulte si las reglas deben cumplirse, un ministro de Educación responda:
Depende del contexto.
No, ministro, no depende.
Porque, vale la pena reiterarlo, la vida democrática exige el respeto incondicional a ciertas reglas. Y la educación —porque de eso se trata ¿verdad?— exige enseñarlo como una virtud básica para la vida democrática. El comportamiento que Kant llamaba prudencial y que consiste en obrar siempre de acuerdo al propio interés político o económico, y saltarse las reglas cuando ese interés lo aconseja, es incompatible, ministro, con la vida cívica.
Carlos peña