¿Qué habrá querido decir el presidente del Consejo Europeo cuando calificó la reciente Cumbre Celac-UE como “histórica” y “un éxito”? Al repasar los discursos de ciertos mandatarios latinoamericanos y evaluar los logros de la reunión es bien poco lo que se rescata.
Que no se me malinterprete. Estoy de acuerdo en que los foros multilaterales son importantes para países como Chile, donde históricamente se ha podido mostrar la seriedad y confiabilidad de nuestra política exterior. Pero la Celac, ese ente que inventó Lula da Silva, y del que Hugo Chávez se apropió, para “reemplazar” a la OEA, incluir a Cuba y excluir a EE.UU. y Canadá, no parece, por su ideologización, el foro más conveniente para que el país se luzca ante la Unión Europea. Claro que una instancia de conversación con la UE, aunque sea con Celac, es imperdible. En este sentido, el Presidente Boric cumplió su papel. Si bien, una vez más, en el tema de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua quedó al debe, al no condenarlas con igual claridad a las tres.
Vamos a la retórica de los “líderes regionales”. Lula planteó que “necesitamos una asociación que ponga fin a una división internacional del trabajo que condena a América Latina y el Caribe al suministro de materias primas y mano de obra migrante mal pagada y discriminada”, y “una nueva gobernanza” global. Nada nuevo, un diagnóstico conocido, sin proponer soluciones realistas. Y luego siguió con la quejumbre: “los países desarrollados prometieron 100 mil millones anuales para compensar el daño causado al planeta desde la revolución industrial, pero no han cumplido”. Y en el tema de la invasión rusa a Ucrania, el brasileño sigue siendo ambiguo: “apoya iniciativas en favor del cese de hostilidades”, sin condenar la flagrante agresión de Rusia. Lula sueña con liderar la región, pero su actuación en Bruselas lo deja muy lejos de ese objetivo.
Alberto Fernández, ya de salida, no tenía mucho que aportar. Aplaudió una mención en el texto declarativo en que la Unión Europea “toma nota de la posición histórica de Celac” sobre la soberanía de las islas Falkland/Malvinas. El más ambicioso fue el colombiano Gustavo Petro, quien asumió la presidencia pro tempore de Celac y se prepara para otra cumbre con la UE, en Bogotá, en 2025. Su propuesta “creativa” es una “economía descarbonizada”, cambiando “deuda por acciones climáticas” a nivel mundial (tiene que convencer al FMI), midiendo la huella de carbono de los productos a comercializar y “relocalizando” industrias europeas hacia los países de Celac, para contribuir “a la producción europea con menos huella de carbono”. Su visión del capitalismo (“no sabría decir si es preferible apoyar a EE.UU. o Rusia”, dijo en la paralela “Cumbre de los Pueblos”) habría que analizarla aparte.
Un encuentro de los líderes de 60 países es siempre una oportunidad, y la inversión de 45 mil millones de euros que hará la UE en la región (para contener la influencia china) no es despreciable, pero decir que la cumbre Celac-UE fue “histórica” y “un éxito” es puro voluntarismo.