El alma rusa es inseparable de su difícil historia. Vladimir Putin, duro e insondable, es parte de la Rusia profunda que hay que desentrañar para entender (no justificar) la invasión de Crimea y la guerra en Ucrania.
En Rusia han coexistido dos tendencias. Una es la prooccidental, que ansía acercarse a Europa. Ya el zar Pedro el Grande, en 1703, fundó San Petersburgo junto al mar Báltico, para relacionarse con las influencias europeas, pues Moscú estaba muy aislado. La otra es la corriente eslavófila, apegada a una compleja tradición religiosa ortodoxa y rural, temerosa de las influencias foráneas. Putin ha navegado entre ambas y eso explica su largo poder. Por años supo entenderse con EE.UU. y participar en el diálogo de Europa. Pero también ha oído a la Rusia profunda, que exige asegurar el enorme territorio tantas veces invadido por mongoles, tártaros, suecos, polacos, franceses, alemanes, y que ahora teme el avance de la OTAN a sus fronteras. La política exterior de los antiguos zares, después de los soviéticos, y de los rusos actuales, es controlar territorios en Eurasia e impedir amenazas externas. Influir en Ucrania es hace siglos un propósito ruso no transable. El premio Nobel Alexander Solzhenitsyn decía que no hay Rusia sin Ucrania. La propia historia rusa se inicia con la llegada de nórdicos que desde el Báltico bajaban por los ríos hasta Constantinopla y el Mediterráneo, formando asentamientos.
Desde Catalina la Grande, con su mariscal Potemkin, Rusia ha asegurado acceso al Báltico en el norte, y a los estrechos turcos a través del Mar Negro en el sur. Eso explica el gran apoyo que tuvo dentro de Rusia la ocupación de Crimea ordenada por Putin. Fue un irrespeto al Derecho —pues Ucrania es hoy una república independiente— y nada puede justificar la posterior horrible guerra, sus muertos y millones de refugiados. Pero también fue un error europeo no prever que Moscú iba a intentar recuperar esa zona.
Cuando cayó la URSS, recorrí la Rusia profunda, Ucrania y la propia Crimea, y en todos los diálogos con sus gentes surgía la interrogante sobre el futuro de Ucrania. La triste respuesta la ha dado Putin, quien nos recuerda que es un ruso herido y agresivo en su visión nacionalista tras el quiebre territorial de 1991. El desafío del grupo Wagner con su jefe Prigozhin, un mercenario sin dios ni ley, ya empieza a mostrar debilidades del “zar” Putin. Surge así la duda sobre el futuro de Rusia, que siempre ha organizado gobiernos muy fuertes para mantener unido su enorme territorio.
Tal como en China y EE.UU. desde sus propias perspectivas, la geopolítica hace valer su sitial en la historia.