Durante algunos años, especialmente durante la preparación para el Mundial de 1982, en el comienzo de cada etapa del proceso se advertía: “Debemos saber dónde estamos”. A esas alturas ya sabíamos, aunque fuera aproximadamente, dónde estábamos. Ya habíamos dejado la segunda línea del poderío sudamericano detrás de Brasil, Argentina y Uruguay, superados ya por Ecuador y Colombia, y acercándonos a la cuarta. Pero nuestros técnicos de entonces nos decían que había que averiguarlo.
Hoy no andamos averiguando dónde estamos porque el público, la crítica, los jugadores, sus representantes, el técnico seleccionador y hasta los dirigentes lo saben: estamos mal, muy mal. No importa a la altura de quienes ni en cuál peldaño de la escala hacia el éxito o, en este caso, hacia la clasificación. Sencillamente no esperamos nada. (Nada bueno, lo que podría ser… bueno, porque a veces la desesperanza nos quita presión).
Vivimos un momento histórico: ¿cómo volver a ser ganadores, como lo fuimos fugazmente durante algunos años en nuestra historia centenaria? En estos días nuestra Roja está jugando no para saber dónde estamos, sino para saber cómo estamos. Para eso son estos partidos amistosos de fecha FIFA. Por eso jugamos contra Cuba y jugaremos contra República Dominicana y Bolivia. Ya se ha hecho suficiente escarnio de los rivales, sin pensar que, salvo Perú y Colombia, todos nuestros vecinos tienen adversarios de escaso poder para partidos que son entrenamientos internacionales.
En nuestro caso se trata, además, de seguir buscando jugadores. ¿Qué jugadores? ¿Qué reemplacen a los de la Generación Dorada? No se puede seguir con esa cantinela. Ningún jugador es reemplazable por otro igual y ningún técnico conseguirá hacer una nueva Roja Dorada. Tal vez hasta aparezca una mejor (¿una “Generación Platinada”?), pero no igual.
Eduardo Berizzo trabaja con lo que hay. Lo esencial es que el plantel tenga una forma de jugar, acotada, eso sí, por los alcances y limitaciones de sus dirigidos, cosa que suele olvidarse.
Por supuesto que no ayudan las deserciones, como la de Claudio Bravo, tan distinta a la actitud solidaria de Gary Medel y de Arturo Vidal. En el historial del seleccionado, el campeón de la entrega fue Elías Figueroa. Considerado por algunos el mejor futbolista chileno histórico, Figueroa se dio entero por Chile y estuvo por integrar nuestros planteles aún yendo contra sus propios intereses. Para él no había vacaciones, órdenes de clubes ni nada que le impidiese sumarse al equipo de todos en cualquier lugar del mundo. Su heredero no será Bravo, aunque sea el mejor arquero histórico chileno.
Algo de eso debe haber en la discutida nominación de Vidal para estos amistosos: su disposición a colaborar en el proceso, aunque ya haya pasado su mejor momento futbolístico. La mística se transmite.