¿Cuántos trabajadores tendrá la empresa del futuro? Solo uno y será acompañado por un perro. El trabajador le dará de comer al canino, mientras este asegurará que el humano no toque las máquinas. El cuento es viejo, pero su vigencia crece a diario. La automatización es una realidad. ¿Están las políticas públicas anticipando sus consecuencias?
En un nuevo libro, “Power and progress”, Daron Acemoglu y Simon Johnson (ambos, MIT) analizan los gigantescos desafíos que la actual revolución tecnológica impone sobre las sociedades modernas. Uno central es el comprobado aumento de la desigualdad de ingresos. ¿Qué la produce? En simple: una nueva tecnología amplía las tareas que desarrollan las máquinas, desplazando a trabajadores. Se aumenta, así, la productividad promedio de la empresa, pero no necesariamente la productividad marginal del humano. Los salarios y el empleo se afectan, y con esto aumentan las brechas.
Por supuesto, como reconocen los autores, la amenaza no es nueva en la historia. Sin embargo, en sus 11 capítulos llenos de datos, queda claro que la cosa ahora es diferente. El avance nunca había sido tan rápido. Los intereses económicos son funcionales a los cambios, sin internalizar posibles daños.
¿Se concluye entonces que el partido está jugado (ganan las máquinas)? Para nada. Y es aquí donde el libro innova con una estrategia para reposicionar a los humanos. Esta partiría con una nueva visión, que no asuma que el cambio tecnológico automáticamente beneficiará a todos. Impulsarla debería ser tarea de liderazgos conscientes de lo que está en juego.
Acemoglu y Johnson luego se juegan por ideas de políticas públicas. Varias son específicas para el mundo desarrollado, por lo que resumo las relevantes para Chile.
Primero, subsidios estatales para el desarrollo de tecnologías complementarias con el ser humano. La idea no es evitar la automatización, sino que aprovecharla (hay que evitar cobrar impuestos sobre ella). Segundo, medidas que abaraten la contratación de personas, incluyendo reformas tributarias que reduzcan el costo (relativo) de la mano de obra. Tercero, invertir en trabajadores. Un sistema de capacitación de calidad puede aumentar la productividad del trabajo. Cuarto, un liderazgo del gobierno para redireccionar el cambio tecnológico, no seleccionando a ganadores, sino identificando tipos de tecnologías que pueden ser socialmente beneficiosas. Quinto, avanzar en la propiedad de la información, lo que puede permitir a las personas generar ingresos con sus datos.
Yapa: el fortalecimiento de la red de protección social, evitando subsidios que desincentiven el empleo, y la modernización del sistema educacional, formando habilidades que se demandarán en el futuro, plantea el texto, son naturales adiciones a la estrategia.
Frente al rápido cambio tecnológico, un país como Chile, con grandes desigualdades, debe comenzar a discutir algunas de estas ideas (¿cuántas divisó en la Cuenta Pública?). Esto forzaría un cambio profundo en el relato y la agenda política, pero no parece haber alternativa. O vamos a esperar que incluso el perro se robotice para abrir al tema.