Sí, sé que hoy no es jueves, lector. Pero es primera vez, en casi dos décadas, que se publicará esta columna un viernes. Cuando supe que tendría que cambiar de hábito y escribir para un viernes y no un jueves, recordé esos memorables versos del poeta César Vallejo en el poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”: “Me moriré en París —y no me corro—/ tal vez un jueves como es hoy, de otoño./ Jueves será, porque hoy, jueves, que proso/ estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,/ con todo mi camino, a verme solo”. El poeta marca el día desde el que está escribiendo esos versos, dándoles un poder casi mágico. Para Vallejo, no es indiferente que escriba un jueves. El futuro y, aún más, su propia muerte ocurrirá el mismo día en que la anticipa. Alguna vez pensé en reunir en un libro algunas de mis columnas bajo el título “Hoy jueves que proso”. Ese título ahora no me sirve.
¿Qué significa escribir un día y no otro? ¿Habrá que cambiar de tono, y encontrar uno más adecuado a este viernes que ya no es igual al acostumbrado jueves? ¿Cada día tiene su propia energía especial y distinta? Ello me parece claro en el caso de días tan marcados como el lunes y el domingo. De hecho, Neruda afirma en su “Walking around”: “el día lunes arde como el petróleo”, para luego rematar: “sucede que me canso de ser hombre”. ¿Se cansa uno de ser hombre más un lunes que un martes o un miércoles? Tengo claro —para mí— el tono anímico del domingo. Una leve, primero, pero después fuerte melancolía se apodera de mí los domingos. ¿Será por el niño que sabía que al día siguiente tendría que abandonar su maravilloso mundo propio y libre para volver a la cárcel del colegio? Me alegra —por lo tanto— que no se me haya pedido que escriba columnas dominicales, por muy leídas que estas sean en ese día. Nunca los jueves —antes de escribir columnas— tuvieron una especial significación para mí, pero al cabo de tantos años de escribir para ese día, fui de a poco convirtiéndome como en el personaje de ese libro de Chesterton: “el hombre que fue jueves”. Fui jueves por muchos años y mi escritura estuvo signada —seguramente— por ese día. Uno no escribe en abstracto, uno escribe desde un lugar y un tiempo. ¡Cuánto de mi propia vida ha estado marcado por la exigencia de escribir para un jueves muchos años!
Ahora tengo que cambiar. Es apenas un cambio de día, pero ¿cambiarán las emociones e ideas, al moverme en el calendario? ¿Cómo será prosar para un viernes? Somos animales rutinarios y nos apegamos a ciertos hábitos. Nos instalamos. No hay nada más peligroso que instalarse, sobre todo al escribir. Mi cerebro se había acomodado para reaccionar los jueves y movilizar todos sus recursos conscientes e inconscientes para ese día: ahora deberá reformatearse. ¿Me asaltará la nostalgia de los jueves? No es bueno apegarse a nada, porque nos estamos yendo siempre. Que el viernes me muestre sus posibilidades, y que en este nuevo domicilio también me visiten las musas. Ellas son fundamentales. Sin ellas, los columnistas somos nada, hoja en blanco, vacío. ¿Habrá una musa especial de cada día de la semana? Musa del viernes: inspírame, cuéntame cosas que la musa del jueves no me susurró al oído.
Los latinos llamaron este día de la semana viernes por Venus: “veneris dies”, día de Venus. ¿Qué mejor que estar amparado, cobijado por Venus? Diosa de la fertilidad, la belleza, el amor. Los jueves me sentía como Pedro por su casa en la página editorial de este diario: ahora me siento como un recién llegado en esta página. Y cuando digo página, pienso en papel, tipografía y tinta. Agradezcamos que este diario sea todavía en papel de lunes a domingo. Debo explorar, habituarme a respirar en esta página del viernes, página de papel vivo, que alguien lee mientras toma un café. “Todo comienzo tiene su hechizo”, dice Herman Hesse. Porque para nacer hemos nacido, no para anticipar, un jueves, nuestra propia muerte.