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Editorial
Viernes 26 de mayo de 2023
¿Impuestos saludables como solución?
A la luz de la experiencia acumulada, parece difícil anticipar que tendrán siempre el efecto “correctivo” deseado.
Desde la teoría, la fijación de un impuesto sobre cualquier bien o servicio tiene dos efectos. En primer lugar, la cantidad transada del producto en cuestión tiende a reducirse. Y, segundo, el precio de mercado debe subir. Así, el Estado recolecta recursos, pero las personas pierden bienestar por el mayor precio o menor consumo. Todas las magnitudes dependen de las inclinaciones (elasticidades) de demanda y oferta.
Siguiendo con el marco conceptual, existen circunstancias especiales en que este tipo de efectos pueden ser justificados. Una de ellas se produce cuando las personas no internalizan los daños individuales o colectivos (externalidad) que el consumo de un determinado producto puede causar. Esto se traduce en que el precio no refleja realmente la “disposición a pagar”. Por lo tanto, debe ser ajustado para aminorar los impactos sobre la misma persona y la sociedad. Este es el contexto en el que se discute la idea de los impuestos “saludables” en el mundo y que, ahora en Chile, motiva los ejes de la reforma tributaria “correctiva” que se daría a conocer durante el segundo semestre.
Si bien el Ministerio de Hacienda no ha entregado detalles, el foco estaría en el tabaco, alcohol, bebidas analcohólicas y sólidos catalogados como “altos en”. Esto implicaría la revisión de las tasas y gravámenes que ya afectan a algunos de estos productos, y la incorporación de otros nuevos tributos a aquellos no gravados. La posibilidad de diseñar impuestos que apunten a nutrientes específicos más allá del azúcar, como el sodio o las grasas saturadas, probablemente sea parte del abanico de opciones que se está considerando; ello, aunque podría estimarse contradictorio con la política de sellos de advertencia vigente, que apunta a informar al consumidor para que sea este quien libremente decida.
Por cierto, distintos datos demuestran el atraso del país en dimensiones de riesgo asociadas al consumo en exceso de productos con potenciales efectos negativos sobre la salud propia y colectiva. Por ejemplo, según el Banco Mundial, la prevalencia en Chile del consumo de tabaco es cercana al 30% en adultos, casi 10 puntos porcentuales por encima del nivel observado en la OCDE y un 30% superior al promedio mundial. Es interesante además notar que, si bien existe una tendencia a la baja en la estadística para Chile, esta es comparable con la observada a nivel global, por lo que no es posible concluir con certeza que los altos impuestos a los tabacos establecidos en nuestro país hayan acelerado la convergencia. Ello, aun cuando la evidencia internacional sí sugiere la existencia de un impacto de los impuestos sobre el consumo de estos productos.
En el caso del alcohol, Chile muestra también altos niveles de ingesta. El dato más reciente de la Organización Mundial de la Salud reporta un consumo per cápita entre mayores de 15 años de 9,1 litros en un año para el país, superior a los 6,3 litros para América Latina y el Caribe y los 6,2 litros para el mundo. En el caso de Chile, además, el consumo entre adultos se ha mantenido estable por casi dos décadas. Por su parte, la prevalencia mensual del consumo de alcohol entre jóvenes (13 a 17 años) se ubicaba por sobre el 40% antes de la pandemia, cifra que probablemente es en la actualidad superior. Esto sugiere, de modo consistente también con la literatura, que los impuestos que afectan a este tipo de bebidas no han tenido el impacto esperado sobre el consumo.
En cuanto al azúcar, Chile también muestra niveles de consumo (40 kilos per cápita en un año) por sobre los de América Latina (38,5 kg) y el mundo (22 kg). Esto es consistente con lo que revelan las estadísticas: de acuerdo con datos de la OCDE, cerca de un 40% de la población sufre de sobrepeso, con un 34% de obesidad (2016). Entre los niños, esta tasa alcanza un 45%, muy por encima del 25% promedio de la OCDE. En este contexto, si bien la evidencia muestra que las normas sobre etiquetado implementadas hace algunos años pueden haber modificado en parte el consumo de las personas, dirigiéndolo a productos más saludables, e incentivado a la industria a reformular sus productos, la gravedad del problema sugiere que todo ello ha sido insuficiente.
A la luz de estos antecedentes, como se ve, aun cuando es posible argumentar en favor de impuestos correctivos, parece difícil anticipar que estos tendrán siempre el impacto deseado. En último término, la educación de la población respecto de temas centrales en materia de salud y autocuidados debe ser un pilar esencial de cualquier agenda. De hecho, sin una conciencia individual respecto del impacto del tabaco, alcohol, azúcares u otros, los impuestos pueden tener un efecto muy acotado sobre el consumo. Esto obliga a que cualquier iniciativa correctiva vaya mucho más allá de simplemente subir o incorporar nuevos tributos.