La elección del 7 de mayo, al igual que el plebiscito del 4 de septiembre del año pasado, ha confirmado el principio de acción y reacción. No pasaron en vano la devastación causada por la revuelta de 2019, ni la inestabilidad que trajo consigo, ni las veleidades frente a la violencia, ni la extorsión política basada en el miedo, ni el fanatismo refundacional que buscó desmembrar a Chile, ni los estragos del terrorismo en el sur, ni las dudas sobre lo que representa el actual gobierno. Una contundente mayoría ciudadana quiere orden y seguridad, freno a la delincuencia, aplicación de las leyes en todo el territorio y rechaza que el país sea visto como un laboratorio en el que se puede experimentar indefinidamente.
Con el paso del tiempo, se ha vuelto más nítida la raíz de las convulsiones vividas por nuestro país. Hasta los indultos concedidos por el Presidente aportaron elementos de juicio respecto del carácter antisocial y antidemocrático del octubrismo. Cada vez más gente tiene claro que en 2019 se intentó derrocar al gobierno constitucional. En aquellos días, vimos las miserias morales que asoman en tiempos de crisis: la confusión y el temor fueron aprovechados por quienes buscaron sacar ventajas a cualquier precio. ¿Se sienten todavía sorprendidos con los resultados electorales quienes creían haberse adueñado del futuro?
Quizás respiraron aliviados los senadores y diputados por el hecho de que la elección del domingo del 7 no fuera parlamentaria. Para su suerte, solo se elegían los integrantes del segundo órgano que ellos crearon para elaborar una nueva Constitución. El primero fue, por supuesto, la desventurada Convención. Ahora, el Congreso armó una estructura imaginativa, y mantuvo el vergonzoso procedimiento de “corregir” los resultados de la votación en razón del sexo de los elegidos.
Fue un inmenso error “constitucionalizar” la crisis provocada por la revuelta, pero fue un doble error haber desdeñado el método probado de las reformas, que aplicaron todos los gobiernos, y que dio estabilidad a Chile por 30 años. No se justificaba entonces ni se justifica ahora redactar un texto enteramente nuevo, como si el país viniera saliendo de una guerra o una dictadura, y no hubiera habido una transición fructífera. El Congreso creó órganos ad hoc para lavarse las manos respecto de lo que pudiera resultar. El criterio de los partidos que avalaron la experimentación fue este: “probemos, y veamos qué pasa”.
Al convertirse en la mayor fuerza política, el Partido Republicano ha asumido una enorme responsabilidad respecto del futuro del país. Su mensaje ha conectado con las preocupaciones de muchos ciudadanos que, aunque no puedan ser encasillados en la derecha, lo han visto como el cauce para bregar por el orden y la seguridad. No está en discusión la influencia de dicho partido y las demás fuerzas de derecha, pero está en desarrollo algo más ancho. Con afluentes diversos, se ha ido configurando una amplia corriente regeneradora en la sociedad, que desea estabilidad y progreso en un marco de reforzamiento del Estado de Derecho.
En este contexto, el proceso constituyente en curso es ciertamente disfuncional respecto de las prioridades de la población, y además contradictorio con la necesidad de poner término a un capítulo que ya provoca fastidio. Viene, por lo tanto, la primera prueba para los triunfadores de la elección: actuar con equilibrio y perspicacia suficientes para que el proceso no genere nuevos enredos. De lo que se trata es de mejorar lo que tenemos, y no de permanecer cautivos de una metodología que fue impuesta por los representantes de la compulsión constituyente.
Aunque el P. Republicano y Chile Vamos han quedado en condiciones de aprobar un nuevo texto con sus propios votos, el proceso necesitará obligatoriamente el respaldo de una gran mayoría del país. Y no pueden descartarse dificultades propiamente políticas, como las que podrían surgir de una campaña que, por encima de cualquier consideración, rechace cualquier texto que surja del Consejo como una manera de oponerse a Kast.
Se va a necesitar un acuerdo político muy amplio para evitar que el proceso quede atrapado en una dinámica de ásperos antagonismos, que será buscada por quienes desean que el plebiscito de diciembre se realice en un clima de polarización. Hay que aislar a los frenéticos.
Hemos escuchado decir que “Chile no resiste un nuevo fracaso”. Es hora de dejar atrás el catastrofismo. En realidad, el país ha demostrado ser mucho más resistente de lo que indicaban ciertos cálculos partidistas. Lo que cuenta es, por supuesto, sostener y mejorar la democracia real, que ha sido capaz de superar las duras pruebas de estos años.
Sergio Muñoz Riveros