La alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, ha comunicado la incorporación de Marco Barraza al municipio en calidad de jefe de gabinete.
La noticia pudo pasar desapercibida, salvo por el hecho de que la alcaldesa viene saliendo de lo que por ahora es un grave tropiezo y no ha podido demostrar lo que sus credenciales académicas, en materia económica y de gestión, y su carisma, hacían esperar.
La incorporación de Marco Barraza debe llamar así la atención por varios motivos.
Desde luego, Barraza parece estar, como suelen decir los headhunters, sobrecalificado para el cargo. Ha sido ministro y fue un importante convencional, uno de cabeza fría y hablar pausado —a veces exasperaba—, capaz de explicar sin que la voz se le alterara las cosas a veces más inesperadas e insólitas. Inconmovible, nada en él parece alterarlo, ni la irracionalidad de alguna propuesta (para la que siempre encontraba alguna explicación), ni las pullas que se le dirigían cuando las formulaba (que él simulaba no oír).
Él parece un creyente, un true believer, de veras, alguien cuya fe no flaquea ni cuando el fracaso es flagrante.
En suma, lo que en la tradición del PC se llama un cuadro.
¿Qué puede explicar que alguien de esas características, alguien que perfectamente podría estar en el Gobierno central, como asesor o ministro, acepte ser jefe de gabinete de la Municipalidad de Santiago?
La explicación más obvia es que en el PC habría una mala opinión del quehacer de Irací Hassler y que, entonces, se habría decidido intervenirla. Por supuesto, las cosas no se dicen de manera tan desembozada y cruda; pero no cabe duda de que lo que ha ocurrido es objetivamente eso. Una intervención. Porque es muy difícil que Barraza se deje guiar por Hassler.
Si Barraza representa al Partido, entonces ocurrirá al revés.
Pero si eso es así, significaría que la agenda de género por la que el PC, en consonancia con la política de la identidad, ha abogado, está a la baja o se ha revelado como lo que era, una adhesión oportunista, a la medida de las olas de la cultura media. Y nada más. La designación de Barraza (una designación que, cabría insistir, no formuló Hassler sino el partido) es una muestra de desconfianza hacia Irací Hassler y una forma de corregir o, más que corregir, salvar una gestión cuyos tropiezos se le achacan solo a ella.
Con todo, eso no es lo más relevante.
Lo más relevante es el hecho de que la ciudadanía de Santiago eligió a Irací Hassler, para bien o para mal, como alcaldesa, y no al Partido Comunista.
Pero si, como parece estar ocurriendo, el PC ha decidido intervenirla (con buenos o malos modales, no importa), entonces la elección se está interpretando en los hechos no como la elección de una persona que poseía una amplia trayectoria de concejala, sino como la elección de un partido.
De ser así, la alcaldía no estaría en manos de Irací Hassler, sino del Partido Comunista y sus cuadros.
Ello, claro, podría considerarse bueno para el municipio en lo inmediato, en la medida que Barraza con su gestualidad inconmovible, con esa atención flotante de aprendiz de terapeuta, pueda ayudar a ordenar la agenda de la alcaldesa y ejecutar mejor la gestión, evitando los tropiezos y los errores flagrantes en los que hasta ahora ha incurrido; pero es malo para el sistema democrático de las municipalidades, porque en conformidad con sus reglas se escoge a personas y no partidos, y la ciudadanía tiene derecho a juzgar el quehacer de esas personas, sin que ese desempeño sea embozado, corregido, enderezado por el partido al que pertenece, el que, temeroso de que las cosas no vayan bien, entienda que tiene derecho a tomar eufemísticamente el control.
Pero así están las cosas. Mientras la ciudadanía aún no se ha pronunciado sobre la gestión de Irací Hassler, el partido al que ella pertenece ya lo ha hecho. Y su pronunciamiento, por algún tiempo inapelable, es que la alcaldesa que con una larga gestión de concejala alcanzó el puesto, ganándose la confianza de la ciudadanía de Santiago, no lo ha hecho nada bien, motivo por el cual el
Partido —esa entelequia que sabe más y sabe mejor que sus miembros— ha enviado a uno de sus más inconmovibles y silentes integrantes (silentes no porque no hable, sino porque al hacerlo sus palabras dan vueltas y vueltas sin que el significado claro aflore por parte alguna) a intervenir su gestión, a pretexto de que le llevará la agenda, organizará sus reuniones, responderá las llamadas y seguirá sus instrucciones.