En el lejano abril de 1973, el transatlántico Verdi divisaba Barcelona, atracaba en el puerto y entre los pasajeros que descendían un alemán que venía de Chile: Rudi Gutendorf.
Así terminó su historia. Hace medio siglo. Lo habían echado a fines de marzo, fue la Asociación Central de Fútbol y del cargo de director técnico de la selección de Chile. Las razones nunca estuvieron muy claras, pero en los diez meses que estuvo, se le fue encima la familia del fútbol: entrenadores y créditos locales, la revista “Estadio” y un poco las costumbres y mentalidad nacional.
Eso de aparecer fotografiado en la revista “Playboy”, con ropa, eso sí. Eso de tomar sol con cremas y pócimas por el cuerpo, y no mencionemos lo del topless de su señora o quizás pareja nomás. Y eso de probar y probar jugadores como condenado. No le quedaba otra porque no conocía el medio, y por ahí partían las dificultades, como esa idea de implantar un sistema con cerrojo, igual que en Italia. Donde fueres haz lo que vieres. El alemán hacía lo contrario, era pedigüeño y le concedían todo. Al principio siempre es así: foso de arena, check; pista atlética de 100 metros, check; cancha de baby fútbol, frontón, vallas. Todo check. Y un cheque mensual en dólares.
Eran unos entrenamientos, eso es lo otro, de exigencia física desproporcionada para el medio local. Con uno de sus compatriotas puede que sí, porque una cosa es nacer en Hannover y otra es venir al mundo en La Granja. Medio mundo reclamando y entre medio Honorino Landa, gran jugador, relajado el hombre, divertido como él solo.
Rudi Gutendorf convocó y analizó a más de 80 jugadores y finalmente se decidió por un poco más de 20. Landa enjuició la convocatoria: “Un detalle me hace dudar de su capacidad: los llamó a todos, menos a mí”.
Jugaron un amistoso con la selección de Tahití, en febrero de 1972, y Gutendorf lo advirtió: “No son tan malos”. Chile ganó 10 por 1 en el Estadio Nacional.
Le gustaba que se alimentaran con carne de vacuno en las concentraciones.
Era el tiempo de la UP. ¿De a dónde?
Lo echaron y él se fue lentamente. En el Verdi y en esa compañía donde los barcos lucían apellidos de compositores de ópera: Rossini y Donizetti, eran los otros. En el Verdi entraban 536 pasajeros en clase económica y 136 en la clase donde viajó Rudi Gutendorf, que se despidió haciendo escalas y tomando sol: Valparaíso, Antofagasta, Arica, Callao, Guayaquil, Buenaventura, Cristóbal, Cartagena de Indias, Curazao, La Guaira, Santa Cruz y Barcelona.
Meses después, en un periódico alemán, resumió lo vivido: “Fui despedido por los señores de Chile dos semanas antes del primer partido. En América Latina es así: dejan a los entrenadores extranjeros hacer su trabajo por dólares y los frutos los recibe un nacional. Yo me habría quedado con mucho gusto, pero casi hay una guerra civil, especialmente contra los gringos, entre los cuales estaba yo”.
Cuando el presente es como las tristes, no hay nada mejor que la historia.
De vez en cuando.