En salas.
Jerzy Skolimowski fue uno de los más importantes cineastas de la disidencia en los países comunistas durante los años 60. Igual que sus amigos, el checo Milos Forman y el polaco Roman Polanski, mientras filmaron en sus países de origen, estuvo bajo la constante vigilancia de la policía política y el asedio de la censura. Los tres salieron al exilio en Occidente en distintos momentos de los años 60 y 70.
Skolimowski había estrenado sólo dos largometrajes cuando, en 1966, el maestro francés Robert Bresson, punto de referencia obligado en esos años, presentó una película insólita, que ponía de cabeza todos los debates acerca de si el cine de Bresson era espiritual o materialista: Al azar Balthazar estaba protagonizada por un burro. Balthazar presenciaba (es un decir) las miserias de la vida de provincias, la avaricia, la lucha por la propiedad, la traición y el engaño. La violencia soterrada de esa granja sugería que vendría una desgracia, incluso para el apacible Balthazar, a quien una joven consideraba nada menos que “un santo”. A partir de ese punto, el propio cine de Bresson se fue poniendo más sombrío y pesimista.
Casi 60 años después de esa experiencia insólita, Skolimowski propone otra versión de la vida de un burro en Europa. A diferencia de Balthazar, que estaba al servicio de una misma familia, Eo vive un viaje entre Polonia e Italia, luego de que los animalistas prohíben los animales en los circos en Polonia. Irónicamente, debido a esos movimientos Eo pierde a la joven que mejor lo trata, Kasandra (Sandra Drzymalska).
Este burro, también a diferencia de Balthazar, parece tener una inteligencia activa: golpea a un granjero abusador, se comunica con otros animales y, sobre todo, tiene sueños y recuerdos, unas secuencias que Skolimowski rueda atrevidamente con filtros de color rojo. En esos sueños aparece la figura recurrente de Kasandra, a la que ha perdido para siempre.
Skolimowski no es Bresson, aunque ambos comparten una mirada compasiva hacia los animales. Igual que Balthazar, Eo está marcado por el destino trágico. A Eo le recuerdan cada cierto tiempo que el mejor salami se hace con su carne, anticipo muy claro de su desenlace. Skolimowski filma con una pasión de la que carece Al azar Balthazar: está más claramente en la promoción de una perspectiva animalista, con menos interés por los sujetos que van acompañando la travesía de Eo, que se suceden con cierta rapidez. En ambas películas hay cierto trasfondo religioso, que en Skolimowski se expresa a través de una constante búsqueda de la belleza del mundo, a pesar de todo el dolor que lo habita.
Eo es una experiencia que hay que ver.