El fútbol ha evolucionado a un ritmo que no nos hemos dado cuenta. Los antiguos criterios, convertidos en una especie de dictámenes divinos, se han ido desvaneciendo al punto que la única idea que parece sobrevivir es aquella que indica que nada es eterno y que es necesario adaptarse para no quedar fuera de ritmo competitivo.
Por cierto que esto no tiene solo que ver con aspectos tácticos. Claro, es un hecho de que los idearios siguen siendo importantes, porque ellos derivan en formas de enfrentar el juego. Pero los especialistas y teóricos más reputados insisten en que las transformaciones en el fútbol condensan muchos factores.
Uno de ellos tiene que ver con una simple constatación: en el plano profesional, las diferencias físicas y técnicas a nivel individual son decisivas y terminan por inclinar la balanza en un sentido u otro.
Es decir, aunque la forma o el sistema colectivo a utilizar por un DT sigue teniendo importancia, más la tiene la preparación del futbolista para desarrollarse en el campo de juego. Aquel que entiende las funciones a realizar sabe determinar el espacio que debe ocupar, logra procesar el entorno y ejecutar en mejores posiciones, establece las diferencias reales. Y, seguramente, ayuda mejor a su equipo a lograr resultados.
En eso hay que empezar a fijarse más en el fútbol chileno cuando aspira a competir en el ámbito internacional. Debe evolucionar en cuanto a su visión, porque es un hecho demasiado evidente que nos hemos quedado atrás. Estamos fuera de onda.
Lo que se ve en las selecciones así lo demuestra. Porque sigue primando en ellas el sistema, la propuesta táctica colectiva más que la capacidad del jugador para imponerse.
No hay que hacer grandes investigaciones para darse cuenta de esta falencia en la Roja. En lo últimos “procesos” técnicos (desde Marcelo Bielsa en adelante, para precisar) la discusión se ha centrado en forma casi obsesiva en cómo conformar tácticamente el equipo y cómo perfilar una gran idea, más que en debatir cuáles son las herramientas que debe entregarse a los jugadores para aumentar sus capacidades individuales. Y es que tocar bien la pelota, amasarla y conducirla con galanura, como se decía antes, es insuficiente. Hoy el futbolista debe saber tomar decisiones variadas ante múltiples opciones que se le presentan en un partido, lo que significa, incluso, a veces ir en contra de la idea impuesta previamente por el entrenador.
Alexis Sánchez, en el duelo ante Paraguay, dio luces de lo que debería ser una forma de juego más moderna y efectiva que la que actualmente tiene la selección.
Sin caer en el desorden ni en la entropía, Sánchez buscó posiciones más favorables para él y para sus compañeros, utilizó cambios de ritmo y varió entre tocar de primera y conducir. Todo eso porque a estas alturas de su carrera entiende que no se puede hacer siempre lo mismo —driblear y echarse a correr— si se quiera alcanzar el objetivo.
Hay mucho paño que cortar al respecto. Porque a nivel de selecciones menores se ve aún mucha teoría tradicionalista —por no decir añeja y desactualizada— que finalmente se traduce en bajas 8preocupantes de competividad.
Hay una tarea pendiente.