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Cartas
Domingo 19 de marzo de 2023
El profesor de Camus
Señor Director:
En este tiempo en que la educación está a mal traer, es conveniente repasar “El primer hombre” de Albert Camus, un manuscrito de casi medio centenar de páginas encontrado en el bolsón del periodista y escritor al momento de su muerte en un accidente automovilístico ocurrido en 1960.
En ese texto incompleto, con apuntes y alusiones al margen, a veces incomprensibles, Camus narra su infancia en la Argelia francesa. Su padre ha muerto en la Gran Guerra, él solo tenía un año, su madre es analfabeta al igual que su abuela, una familia que vive en la pobreza, pero en la escuela primaria el profesor Louis Germain lo estimulará y lo incitará a estudiar y continuar sus estudios en el Liceo.
Camus, en 1957, recibe el Premio Nobel de Literatura y escribe a su primer maestro: “Querido señor Germain: Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano generosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas”.
Una carta que prueba algo no habitual: reconocer y agradecer. Pero entraña la responsabilidad y relevancia de lo que implica la enseñanza en los primeros años, la que condiciona el futuro de los niños.
En 1959, en carta fechada en Argel, dirigida a Camus, Louis Germain comenta: “El pedagogo que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión para conocer a sus alumnos, sus hijos, y estas se presentan constantemente. Una respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente reveladores”. El maestro, que se define como laico, critica un proyecto educacional que está en discusión en el Parlamento francés. Comenta: “He respetado durante toda mi carrera lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad. Os he amado a todos y creo haber hecho todo lo posible para no manifestar mis ideas y no pesar sobre vuestras jóvenes inteligencias”.
Reflexiones a considerar ante tanto desvarío ideológico.
Joaquín Villarino Goldsmith