Señor Director:

Pienso que según sea su voluntad de cambios, los gobiernos pueden ser de administración (algo así como pasar el paño de sacudir sin mover nada, salvo para volverlo a su sitio); reformistas (cambian algunos muebles de la casa); transformadores (modifican en parte la arquitectura de la vivienda); y revolucionarios (echan abajo la casa para instalar una mejor que muchas veces no se levanta nunca).

Una distinción como esa podría aplicarse también para nuestra nueva Constitución. Dejando de lado la alternativa revolucionaria, una nueva Carta Fundamental podría hacerse con espíritu de administración, reformista o transformador, o con una combinación de dos de algunos de ellos (un híbrido, por ejemplo, entre reforma y transformación según sean las distintas materias de regulación constitucional).

Pero si la alternativa revolucionaria está descartada, tanto de hecho como de derecho, ¿no existe el riesgo de quedarnos en una simple pasadita de paño para quitar polvo aquí y allá, sin mover nada de su sitio, excepto algunas insignificantes piezas de decoración de la casa común?

Y otro riesgo más: los enemigos del cambio suelen presentar este como transformación, y las transformaciones como revoluciones, y es de esa manera que se asustan e intentan asustar a los demás.

Agustín Squella