¿Existe el centro político? Un diputado (perteneciente a esa generación convencida de que su propia decisión biográfica es algo socialmente relevante) ha dicho que no, dijo que el centro era espurio; esto es, falso, impostado. ¿Será cierto?
Desde luego, durante todo el estado de compromiso (el lapso que media entre 1932 y 1970) hubo un centro político que arbitró buena parte de los conflictos sociales y que gobernó a veces aliado con la izquierda y otras veces con la derecha. Y como se ha sugerido infinidad de veces, cuando el centro se despobló el sistema político no logró contener o moderar el conflicto social. A la luz de esa experiencia, el centro equivale a un sector que logra mediar los múltiples intereses que comparecen en la vida colectiva. Para usar un lenguaje marxista, el centro suele ser parte de un bloque de poder donde se mezclan diversos intereses de clases.
Esa característica (ser mediador entre diversos intereses) es lo que le confiere al centro ese rasgo aparentemente espurio. Y es que si se considera que lo que confiere sustancia a una opción política es una narrativa ideológica, el centro suele no tenerla porque es más componedor de intereses que promotor de algunos en particular. A ello se suma (como lo muestra la experiencia del estado de compromiso en Chile) que el centro suele ser más amplio y convocante que lo que indicaría la estructura social. En el caso del Chile del siglo XX la mesocracia, la clase media surgida en torno a la expansión del Estado, era más bien minoritaria, pero muy influyente, y su ethos, su idea acerca de la vida social asociada a la meritocracia y la sobriedad, lograba la adhesión de quienes no pertenecían socialmente a ella. En términos marxistas de nuevo, los sectores que adhieren al centro en ese período son hegemónicos, pero no son la clase dominante.
Por supuesto esos grupos medios sufrieron una profunda transformación como resultado de la modernización capitalista que Chile experimentó en las tres últimas décadas y cuyo origen, mal que pese, se remonta a la dictadura.
Hoy ya no es posible hablar de la clase media como ese grupo de cuello y corbata, sobrio y modesto, con sentido del esfuerzo y empapado de la fantasía del mérito, respetuoso de las reglas, y alérgico al consumo. Hoy día los grupos medios no comparten ese ethos, sino que son resistentes a la autoridad, están poseídos por la pasión por el consumo, gustan elegir su peripecia cotidiana, ven su vida como el fruto de su propio esfuerzo, su trayectoria como el resultado no del Estado sino de sí mismos y su memoria no alberga un ayer que recuerden con frecuencia y con orgullo, sino que aloja días de exclusión que han abandonado.
¿Significa lo anterior que el centro es —para usar de nuevo las palabras del diputado— espurio, falso, inexistente?
Por supuesto que no.
Lo que ocurre es que se ha transformado desde el punto de vista social. Hoy día constituye un sujeto social radicalmente distinto a cómo se lo describía en las narrativas ideológicas del siglo XX. Esos grupos no se sienten víctimas necesitadas de redención, sino personas cuya trayectoria merece reconocimiento (y por eso no se identifican con el Frente Amplio); tampoco se sienten del todo seguros y temen quedar a la intemperie cuando las flechas del destino, la edad y las enfermedades los alcancen (y de ahí que a la derecha, tanto tiempo ignorante de ese problema, tampoco le haga sentido). Más que clase media, se trata de grupos medios que carecen de lo que antes se llamaba conciencia de clase y que, más bien, poseen apetito de estatus (por eso el aumento en el consumo del bien estatutario por excelencia, el automóvil).
El gran desafío de la política en Chile es lograr representar a esos grupos que se empinan más allá del sesenta por ciento de la población y que explican lo veleidoso de las preferencias políticas.
Para lograr hacerlo se requiere —vaya paradoja— seguir los consejos de Ernesto Laclau, uno de los ideólogos de la izquierda, quien dijo que la sociedad de hoy era una sociedad dislocada, donde el sujeto político no existe, sino que la tarea de la política es crearlo. Para ello, dijo, era necesario elaborar lo que llamó un significante flotante, un concepto en cuyo derredor se puedan articular o tejer múltiples intereses y en el que esas mayorías que integran esos grupos vean reconocida su trayectoria vital, un discurso donde la gente ayer proletaria y que hoy pasea en los malls, va a los recitales, y congestiona el parque automotor, no se vea como víctima expoliada necesitada de redención o auxiliada por jóvenes burgueses, sino como sujeto dueño de su destino.