Las señales son muchas. La primera vino en el Uber, cuando el conductor me comentó que su inmenso tablet pegado al volante era para estar conectado a los mercados de acciones en Estados Unidos. Un gurú norteamericano, al que seguía por Youtube, ofrecía estrategias de inversión ganadoras por una pequeña comisión. ¿Y cómo te ha ido?, le comenté. Hasta ahora empatado, respondió mientras llegábamos al destino.
Luego vino un joven estudiante, relatando su incorporación diaria a un grupo de estudio de criptomonedas por internet a las 05:30 a. m. Si hasta hace pocas semanas la levantada matinal requería un gran esfuerzo, un genio de las finanzas había despertado su interés en base a recetas para triunfar en el frío mundo de las monedas digitales.
La prueba final fue el llamado de unos estudiantes de colegio, que comentaron cómo habían convocado a un conocido corredor de bolsa para pedirle información sobre las acciones que subirían y las que bajarían. “Lo nuestro son las inversiones”, comentaron eufóricos, pensando que habían encontrado a un verdadero mago.
Aunque siempre han existido los gurús de las finanzas, es interesante notar que son cada vez más los jóvenes que siguen sus consejos, buscando ser ricos con menos esfuerzo. ¿Qué resulta tan atractivo? El reciente tuit de Robert Kiyosaki, máximo actual gurú de las finanzas personales y autor del libro de ayuda financiera con más ventas en la historia, entrega una pista: “¿Estás enfermo, cansado o disgustado de la educación en los colegios? Nosotros también. Los rebeldes de la educación liderarán el Seminario Salud, Riqueza y Felicidad en Tempe, Arizona, este 7 y 8 de febrero”.
Conociendo a su “clientela”, la invitación da en el clavo: una educación retrasada para las necesidades del futuro impulsa a los jóvenes a mirar para otro lado. Si largos años de estudio no reciben la retribución esperada, muchos jóvenes se replantean su futuro profesional.
En Chile, el desafío es gigante por donde se le mire. El esfuerzo educativo en los últimos años ha estado puesto en la gratuidad, donde la dimensión meramente redistributiva ha dejado de lado una agenda modernizadora de verdad. Sumado a ello, la valoración por el esfuerzo es cada vez más débil; baste ver el estado de los grandes liceos públicos. En este contexto, las demoledoras cifras de ausentismo escolar sugieren que la cancha está servida para que muchos jóvenes salgan en búsqueda de caminos aparentemente fáciles.
Quienes trabajamos en la educación también tenemos gran responsabilidad. Los académicos nos hemos escondido en nuestras guaridas, para hablar entre nosotros. Sin un mayor esfuerzo —quizá radical— de renovar la propuesta a los estudiantes, la pista seguirá despejada para los mesías.