La detención en Palermo de Matteo Messina, el máximo jefe de la mafia siciliana, da para película. Condenado hace 30 años por numerosos crímenes, se mantuvo prófugo ayudado por su clan y por la cirugía estética. Viajó por Europa y hasta publicitó su muerte hace algunos años para pasar desapercibido, pero una enfermedad y, aparentemente, algunos soplones habrían permitido su pacífica captura.
El arresto de Messina ha sido interpretado como un golpe fatal a la mafia que atemorizó al sur de Italia por décadas. Pero cantar victoria puede ser prematuro; las razones del surgimiento de la mafia no necesariamente mueren con la captura de su capo, y las redes de estas organizaciones son profundas. En cualquier caso, mientras el poder de la mafia en Italia pareciera ir amainando, no podemos decir lo mismo en nuestro país, donde los Messina van introduciendo sus tentáculos todos los días.
Los costos de la mafia son inconmensurables, llenando de temor, drogas y violencia a la sociedad. Pero a estos efectos humanos que alteran la vida diaria se suman importantes impactos económicos. Algunos estudios estiman que el ingreso por persona puede caer cerca de 15% en aquellas zonas donde la mafia se expande. Las razones para ello son múltiples. Por de pronto, la inversión privada y las personas simplemente huyen, empobreciendo sus entornos. Pero ello no es todo. Los capos y sus secuaces también infiltran empresas privadas, normalmente medianas, para usarlas como mecanismo para lavar dinero. La productividad en estas empresas se deteriora significativamente, pero eso no es un problema para estos grupos cuyo objetivo es regularizar sus flujos de plata (Mirenda y coautores, 2021).
Un tercer mecanismo por el cual la mafia afecta la economía es a través del control del aparato público. El control del Estado por parte de carteles y sus capos les permite tener acceso a recursos públicos e influir en su administración. Así, grandes sumas de impuestos son usadas para apoyar sus negocios formales e informales, lucrando de inversiones cuyo impacto social es mínimo. En Italia, los gobiernos locales buscaron compensar la salida de capital privado con inversiones públicas, pero ello terminó siendo una pantalla liderada por la mafia para gastar en proyectos de muy baja rentabilidad social, pero alto retorno para ellos (Pinotti, 2015).
Hay pocas cifras sobre el surgimiento de mafias en Chile, pero es cosa de abrir los ojos para ver que el problema es creciente. A juzgar por la experiencia internacional, el peor camino parece ser dejar que la mafia crezca y buscar la intervención estatal para evitar mayores costos económicos. Esa estrategia solo termina dándoles de comer. ¿Quién le pone el cascabel al gato?