Señor Director:

Abrir el diario, prender la televisión o consultar las redes sociales nos sumergen en un mundo plagado de conflictos aquí, allá y acullá.

Los de casa los sufrimos diariamente (creciente inseguridad, rencillas políticas y un largo etcétera); nos informamos de algo semejante en Perú, Argentina, Cuba y Venezuela, y ahora también en Brasil. En Europa nos desgarra la interminable guerra entre Rusia y Ucrania; vemos a las potencias de la OTAN comprando armamento como nunca antes; en Asia, Japón haciendo lo propio y a China con su contienda con la India y Taiwán. Tantas disputas, peleas y pugnas resultan agotadoras; tanta noticia tóxica local o internacional me deprime y hasta procuro distanciarme de aquello.

Difícil abstraerse totalmente de todo lo anterior, pero al menos quizás un antídoto parcial sea retomar e incrementar el encuentro presencial en todas sus formas como una manera de distraerse. Un apretón de manos, un abrazo, una caricia, un beso son manifestaciones del sentido del tacto (últimamente tan satanizado) que permiten crear vínculos y tienen un poderoso efecto bioquímico en el celebro: hacen brotar las así llamadas hormonas de la felicidad (endorfina y oxitocina) aplacando aquellas del estrés (cortisol y adrenalina). Contribuyen también a lo mismo la lectura, el humor, una conversación creativa que active las neuronas y hasta el piropo. Unas y otras generan paz, cercanía y alegría apartándonos de ese infierno noticioso.

En el mundo digital en que vivimos, no es lo mismo acariciar la pantalla del celular que hacerlo con una persona de carne y hueso. Lo mismo vale para una reunión de negocios o de amigos a través del computador. Allí se pierde la infinita riqueza del lenguaje corporal entre los comensales. El movimiento de las manos, el rictus de la cara y la intención de la mirada simplemente tienden a desaparecer. Procuremos volver a ser algo más humanos.

Fabio Valdés C.