Los vientos hoy soplan hacia el centro y algunos políticos, cual veletas, ya se mueven hacia allá. ¿Hay futuro electoral para esta movida? El centro tiene peso. La CEP de mayo de 2022 muestra que, al ubicarse en el eje izquierda-derecha, más personas se identifican con el centro que con la izquierda y derecha unidas (37% centro, 20% izquierda y 12% la derecha; el 31% no se identifica). La fuerza del centro ha sido bastante estable en las últimas décadas y es consistente con que en cuestiones ideológicas las encuestas suelen mostrar una buena masa en torno a posiciones moderadas.
¿Por qué, entonces, este centrismo no se ha manifestado más en años recientes? El advenimiento del centro hoy tal vez sea posible gracias a que tenemos un sistema electoral proporcional. Hasta 2015 el sistema binominal articulaba nuestra política en dos grandes coaliciones y, más aún, promovía la competencia más al interior de las coaliciones que entre ellas. Ese esquema, aun cuando excluyera a los extremos del Congreso, difícilmente incentivaba un centro fuerte. Un sistema proporcional permite que las distintas sensibilidades obtengan representación y que la política se articule en torno a más de dos coaliciones —lo hemos visto—. Nuestro sistema actual tiene exigencias demasiado bajas para que un partido entre al Congreso y ello ha producido una fragmentación ingobernable; esto debe remediarse. Pero el sistema que lo reemplace, si bien puede complementar la proporcionalidad, no debe desecharla, porque sin representación de nuestra diversidad será imposible recuperar la legitimidad de la política.
Además, y quizás por naturaleza, el votante de centro tiende a ser menos apasionado que el de los extremos. Las personas con posiciones más extremas suelen despreciar más a los del grupo contrario (Cox, Cubillos y Le Foulon, 2022), y son más propensas a ir a votar (e.g., León, 2017). Ello explica que la obligación de ir a las urnas para el plebiscito de salida trajera relativamente a más votantes moderados, y todo indica que el voto obligatorio vino para quedarse.
Así, el centro parece tener demanda potencial y hay reglas del juego que podrían ayudarlo. El desafío, creo, surge al pensar si estas condiciones aparentemente favorables para el centro lo son por su moderación, o más bien por ese “no somos ni de izquierda ni de derecha” por mera falta de sustancia, típicamente acompañada de la pretensión de “no somos políticos”.
¿El centro político se parecerá más a las vertientes centristas de las izquierdas y derechas o a los partidos de la gente? Es tentador buscar el voto fácil y seguir, en todo, lo que claman las encuestas; el 31% que no se identifica en el eje izquierda-derecha y el popular discurso antipolítica son seductores. Pero si el centro no se forja como una ideología propiamente, si no construye un carácter, quedará sometido a la veleidad de los personalismos —que hoy, más que nunca, son pasajeros— y será un imán para políticos arpías —que podrán traer algunos votos, pero también la discordia futura—. El discurso antipolítica, en tanto, se gasta rápido, porque con eso de que los políticos no son políticos no se engañará a toda la gente todo el tiempo. Por cierto, la política vive de los votos y tiene, por eso, cara de hereje. Pero si el ímpetu no se transforma en ideas y programas, al centro se lo llevará el viento.