Vladimir Putin no permitió un funeral de Estado para Mijaíl Gorbachov. El político ruso más admirado en Occidente, quien ganó el Nobel por terminar la Guerra Fría, no mereció los honores que tuvieron Stalin o Yeltsin. Fue responsable de la “peor catástrofe geopolítica del siglo XX”, el derrumbe de la Unión Soviética. Y eso, Putin no lo perdona.
Gorbachov y Putin no podían ser más diferentes ni tener visiones más distintas de Rusia. Gorbachov era amable y cálido, ponderado y con sentido del humor. En una entrevista que le hice poco después de que dejara el poder, y que fue varias veces postergada, bromeó que así no se nos olvidaba lo que uno sentía de joven ante la espera de una cita romántica. Putin, cuando lo entrevisté en el Kremlin, en 2004, también llegó atrasado, más de cuatro horas, pero no hizo chistes ni estaba de humor para small talk. Respondió directo y sin titubeos, y corrigió tres veces a su traductor (nunca supe qué fue de él después de eso). De mirada fría e impenetrable, en sus ojos azules no pude “ver su alma”, como lo hizo George Bush.
Ambos nacieron en hogares muy pobres, y se hicieron camino a la universidad con una “pequeña ayuda” del partido. Gorbachov es de origen campesino, de Stávropol; Putin, de una gran urbe, Leningrado. Gorbachov era un intelectual que cuestionaba en silencio la doctrina y la política comunistas, y adhería a las normas universales. Putin, un hombre de acción que estaba muy a gusto en el KGB, prefiere los valores nacionalistas tradicionales.
Gorbachov vivió en su familia las purgas de Stalin y conoció en directo la crueldad de su colectivización forzada. Putin sufrió las penurias de posguerra en un Leningrado arrasado, y resintió el colapso de la URSS siendo un joven agente en Alemania que temía a las protestas anticomunistas.
Gorbachov comenzaba su carrera en el Partido Comunista en la época de Jrushchev y de su famoso discurso de 1956, que desenmascaró las atrocidades de Stalin. Siendo un joven líder del Komsomol, tenía amigos “liberales”, con los que analizaba el sistema soviético y buscaba cómo mejorarlo. No era ni liberal ni socialdemócrata, aunque más tarde derivó hacia esa corriente. Quiso reformar a la URSS desde dentro del partido. Creía en un “comunismo de rostro humano”, como el que llevó al checo Alexander Dubcek a ensayar una Primavera de Praga, aplastada en 1968 por los tanques soviéticos. No imaginó que sus reformas —perestroika y glasnost— provocarían la desaparición de la URSS, ni que la libertad política fuera insuficiente para crear una democracia, o que la economía abierta al mercado no mejorara la vida de los rusos. “Fue una reforma inacabada”, se lamentó. Acertó con el diagnóstico, el sistema comunista fracasó y necesitaba cambiar, pero no dio con la solución adecuada.
Putin cree en la “grandeza” de Rusia, por lo que quiere recuperar su lugar entre las superpotencias. La economía sirve para eso, el bienestar de la gente es secundario. La guerra de Ucrania muestra cuál es su proyecto. En lo que sí coincidía con Gorbachov es en que Crimea es de Rusia.