Era la tarde del domingo 10 de marzo de 1963. En Quillota se jugaba San Luis su permanencia en Primera División y junto con la lluvia le caía encima la superioridad de Colo Colo, que a los 10 minutos del segundo tiempo ganaba 3 a 0. Y ahí comenzó la levantada canaria, con una fiereza que pronto dejó fuera de combate a Luis Hernán Álvarez y a Mario Ortiz y que abrió paso a los goles que se fueron sucediendo con el crepúsculo hasta llegar al 5-3 que salvaría a los quillotanos.
El entrenador de los locales se estrenaba en la banca en este campeonato de 1962 y lucía nervioso en su elegante tenida de chaqueta azul, camisa blanca y corbata, que explotó con el pitazo final. Andrés Prieto giró y le dio un abrazo de oso al primer humano que tocó, que era este columnista, entonces reportero de un diario que ya no existe, igual que la corbata. No lo olvidaré jamás. Porque fue el primero; en adelante habría muchos más, pues no era posible encontrarse con el “Chuleta” sin saludarse con un abrazo, hábito también en decadencia por la pandemia y la falta de cariño. Cariño que a Andrés Prieto le sobraba en su relación con el mundo.
Uno advertía en él su predisposición amable, su tono cariñoso, su inquietud educada y sincera por el sentimiento del otro y su recepción tolerante a las opiniones ajenas. No se trata de una tolerancia ilimitada ni de falta de opinión propia, no, nada de eso, sabía enojarse y tenía firmes convicciones. Pero sabía poner cada cosa en su lugar y en su momento. O sea, educadamente, conducta también de uso escaso en la actualidad.
Era un gran tipo Andrés Prieto. Lo quisieron en todos los clubes en los que estuvo, ningún plantel lo esquivó o lo desobedeció, los jugadores lo apreciaron en Chile y donde fuera. No solo porque los defendió cuando había que defenderlos, sino porque su trato lo hacía querible. No era ingenuo ni inocente el “Chuleta”; la inocencia había quedado en los tiempos de jugador y por eso era un severo observador del cumplimiento de las obligaciones profesionales, especialmente las disciplinarias.
La mirada de Andrés Prieto es inolvidable. Tan compasiva como interrogante, frontal pero no agresiva, cariñosa y aguda al mismo tiempo, vivaz y sabia. Una mirada múltiple, aunque habitualmente observadora a fondo.
“Mi personaje inolvidable” es el título de una sección de una vieja revista. Andrés Prieto es uno de mis personajes inolvidables. Tuvimos mil horas de charla a través de tantos años, aunque no llegamos a ser amigos, otra relación humana que se está usando poco, aunque la palabra la usan mucho algunos que se conocen por redes sociales. La charla se interrumpió hace un par de años por mi residencia suburbana, por el covid-19, por los teléfonos de porquería que sacan lindas fotos pero no comunican, en fin. Pero me faltó disposición para seguir charlando y hoy me duele.
Mis condolencias para su hermano Ignacio y especialmente para su hijo José Antonio, el “Toño”, colega y buen compañero.
¿Si vi jugar a Andrés? No, pero no importa.