Como sacerdote, cuando a uno le toca atender a personas que han sufrido de verdad mucho en su vida, me sorprendo de su fe, porque ellos -al igual que Lázaro- han vivido al límite del resentimiento e indignación contra Dios, con la tentación de hacerlo responsable de su drama personal. Paradójicamente, Lázaro es la forma griega de Eleazar, que significaba en hebreo "Dios ha ayudado". Y él se podría preguntar: ¿En qué se nota que Dios me ha ayudado?
Pero nada de eso se trasluce en la parábola y, con esto, este personaje nos da un ejemplo de humildad y de fe en Dios. Pero cuando mueren, Dios pone orden en sus vías: "El mendigo fue llevado por los ángeles al seno de Abraham... y el rico fue enterrado en el infierno" (Lucas 16, 22 y 23). De él, san Juan Crisóstomo comenta que "no era atormentado porque había sido rico, sino porque no había sido compasivo" (Hom. 2 in Epist. ad Phil.) La indiferencia, la ausencia de empatía con la necesidad ajena, es un efecto clásico de la codicia que seca el corazón dejándolo insensible.
El rico, en medio de los tormentos del Infierno le pide a Abraham (a Dios) -el tercer personaje- que envíe a Lázaro para que alerte a sus hermanos del castigo que les espera. Le solicita una señal más llamativa que las meras Escrituras: "Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento" (Lucas 16, 27-28).
Se ve que para este personaje, las Escrituras no tienen el valor o fuerza como para cambiar la vida de sus hermanos. Y pide un milagro llamativo -una resurrección- para que crean, reaccionen y puedan arrepentirse. Pero sorprende la respuesta que pone Jesús en labios de Abraham: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto" (Lucas 16,31).
¿Hay personas a las que no les bastan las Sagradas Escrituras y necesitan de milagros extraordinarios para creer? Sí, les gusta ver antes que creer. La fe precisamente es "creer sin ver", creer en lo que dijo Jesús y, en este caso, "Moisés y a los profetas".
Y así, hay bautizados a los cuales no les parece suficiente leer en los textos del Evangelio la existencia de los ángeles, quieren ojalá ver uno de ellos.
El mismo relato de hoy subraya grandes temas de la enseñanza judeo-cristiana: la inmortalidad del alma, la justa retribución divina, la existencia del Cielo y del Infierno. Y hoy nos podemos encontrar con bautizados que no creen de verdad en esta enseñanza y que se molestan cuando se mencionan.
El Señor nos quiere advertir que también a nosotros acecha el peligro de desconfiar en su palabra. No hay que olvidar que Él la empeñó cuando habló de la santidad de la Iglesia (Efesios 5,27), al afirmar la capacidad y fuerza de su enseñanza magisterial (Lucas 10,16), cuando da el poder de confesar a sus apóstoles (Juan 20,23), la necesidad del bautismo para la salvación (Marcos 16, 15-16), etc.
Lázaro, con su vida, tuvo más motivos para dudar de Dios que para creer. El Señor tuvo confianza en él, lo puso muy cerca de la Cruz -le concedió "males", pero gracias a su fidelidad, fe y humildad "ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado" (Lucas 16,25).
Tiene sentido lo que dice Jesús: hay bautizados que "no se convencerán ni aunque resucite un muerto" (Lucas 16,31). Por eso imitemos a Lázaro y con humildad creamos en las Escrituras a la luz del magisterio de la Iglesia.
"Abraham le dijo: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros".Lucas 16,25-26