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Día a día
Viernes 23 de septiembre de 2022
La belleza poseída
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¿La belleza está en el terreno del ser o del haber? Del ser, eso es seguro. Por eso no puede ser definida como medio ni como instrumento. Y, sin embargo, podemos poseerla o al menos creemos hacerlo.
Necesitamos la belleza porque no nos basta con nosotros. Ante la experiencia de lo bello, algo logramos raptar; sucede en la contemplación también, cuando arrobados ante el misterio, capturamos un espacio sagrado que eleva la mínima divinidad propia: la celestial belleza impide que se extinga nuestra débil llama.
¿Qué hay en esa boca que nos inquieta, en esos ojos en que no podemos dejar de sumergirnos, en esa voz que escuchamos a diario, en ese texto que leemos o que recordamos?
La belleza contemplada se posee y anida en nosotros de manera misteriosa. Se vuelve nuestro propio ser. Somos mejores al incorporarla. Vive en nuestro palpitar, en las ondas nerviosas que recorren nuestro cuerpo, en nuestros flujos. Nos cambia la mirada y las palabras, incluso. Es probable que sea la belleza la que permite el amor: el supremo conocimiento.
Por cierto, siempre querremos más. Somos insaciables ante la belleza. Así es el deseo, que opera intensamente.