La lucha por no descender se ha transformado en estos años en una competencia de excesiva atención para el aficionado local.
Y no es raro.
En las últimas temporadas, los dos equipos más populares del país —Colo Colo y Universidad de Chile— se han visto involucrados en esta especie de calvario y han logrado incluso que sus tristes y mediocres niveles hayan sido casi más importantes, en términos de atención, que la batalla por el título o, derechamente, que la solidez del campeón (Universidad Católica).
En el actual campeonato, la historia vuelve a ser la misma gracias a un repetitivo protagonista: la U.
El equipo azul se lleva toda la atención porque existe un morbo asociado a él: tanto la prensa como los aficionados a favor y en contra están pendientes de ver si Universidad de Chile es o no capaz de superar sus limitaciones. Es, a la larga, el morbo que toda competición requiere para asegurar interés masivo.
Este exhaustivo seguimiento que se le hace a la U —y que se irá acentuando en las próximas semanas— obliga a una situación paradójica: poner bajo lupa el comportamiento futbolístico de sus grandes rivales en la batalla por no descender. Es decir, incentiva a mirar lo peor de lo nuestro, lo menos glamoroso, lo más pobre en términos futbolísticos de la competencia.
No es un ejercicio del todo escabroso. De repente es bueno que las luces vayan a las pistas y canchas laterales para conocer en mayor profundidad la exacta realidad del medio.
Por ejemplo, viendo a La Serena es posible concluir que la simple conjunción de jugadores —algunos incluso de buen pie— no basta para parar bien a un equipo. Si no existe planificación técnica adecuada ni mínima eficacia en la estructuración defensiva, no hay posibilidades de que haya brillo individual.
También se pueden sacar conclusiones analizando a Coquimbo, una escuadra que al menos se ha ordenado tácticamente con la llegada del DT Fernando Díaz.
A diferencia de lo que acontecía con Patricio Graff, los de la Cuarta Región hoy no intentan demostrar ser más de lo que realmente son en términos de calidad individual y peso colectivo. Claro, juegan solo a aguantar, a esperar, a ver qué hace el rival antes que proponer. No es reprochable. Es el honesto reconocimiento a la falta de mejores herramientas. Miseria asumida, no más.
En Antofagasta, otro de los equipos al que hoy se le presta atención, el tema es un poco distinto porque su DT, Javier Torrente, es de los que no comen vidrio: hay que sostener y tratar de aprovechar al grandote que juega en el área rival, piensa el exmiembro del staff de Marcelo Bielsa. Fútbol de sobrevivencia el de los nortinos. Nada de lirismo.
¿Y la U? Es el que más se ha analizado. Todos tienen opinión sobre la causa de sus males. Unos dicen que es asunto de entrenador; otros, de estructuración de plantel. Algunos sienten que la culpa es de los dueños de la sociedad que concesiona el club y no pocos son los que realmente creen que es algo medio esotérico que solo cabe en el entendimiento de quien se siente azul…
Quizás qué sea, en realidad. Los que pelean en la parte baja siempre tienen a quien echarle la culpa de sus miserias.