Si alguien pensó que después de la visita relámpago de la señora Nancy Pelosi a Taiwán, la situación de la isla en la agenda chino-estadounidense pasaría a un segundo plano, se equivocó. El que hace unos días la Fuerza Aérea taiwanesa haya derribado un dron, presumiblemente chino, volando por encima del islote de Kinmen, lo confirma. La buena noticia es que no se llegó a una crisis.
Si bien los ejercicios llevados a cabo en reacción a la visita por el Ejército Popular de Liberación de China (EPL) fueron bastante agresivos, con misiles cruzando el territorio de la isla, no hubo interferencia con la visita misma, que podría haber llevado a una confrontación entre fuerzas militares chinas y estadounidenses.
La mala nueva es que, lejos de conducir a “desescalar” las tensiones en torno al estrecho de Taiwán y a bajar el diapasón en el diferendo entre China y Estados Unidos, la conclusión a que pareciera haberse llegado en Washington es la opuesta. La visita de la Pelosi ha sido seguida por la de otras delegaciones parlamentarias. Un total de 58 congresistas de los Estados Unidos han visitado Taiwán desde 2016, a un ritmo creciente, con 19 en lo que va de este año.
El último “numerito” en este afán por exacerbar las contradicciones entre Washington y Beijing sería el anuncio de Washington de vender equipo militar por 1.100 millones de dólares a Taiwán, e iniciar conversaciones sobre algún tipo de acuerdo de facilitación de comercio entre Estados Unidos y Taiwán. Ello es visto por Beijing como otra provocación, que considera que Taiwán es parte integrante de China. Un acuerdo así iría en contra de la política de “una sola China”, a la cual Estados Unidos se comprometió al normalizar relaciones con la República Popular China entre 1972 y 1979.
El asunto potencialmente más explosivo en la relación China-EE.UU. es Taiwán. Con una larga historia de “cuestión caliente” (recordemos la crisis de Quemoy y Matsu de 1955-1956, que llevó al secretario de Estado John Foster Dulles a amenazar con el uso de armas nucleares), ello hace contraintuitivo este esfuerzo por incrementar las tensiones en torno a la antigua Formosa.
Se dijo que la visita de Nancy Pelosi no contaba con el visto bueno de la Casa Blanca, y que en nada ayudaba a la política exterior estadounidense. De ello ser así, uno esperaría ahora medidas para apaciguar los ánimos y “desescalar” tensiones. El que ello no ocurra refleja que, en un momento de alta polarización en el país, una de las pocas áreas de consenso bipartidista en Washington es el de una “línea dura” hacia China.
Lo curioso es que esta ofensiva anti China se ve impulsada por dos corrientes contradictorias. Por una parte, hay una escuela que sostiene que el conflicto con China es inevitable, que el tiempo juega a favor de China, cuyo poderío seguirá aumentando, por lo que lo mejor sería tenerlo más temprano que tarde. La otra escuela es que China ya habría dejado atrás su mejor momento (“Peak China”), y estaría ya en declinación. Esto la haría más peligrosa, ya que trataría de aprovechar su (decreciente) poder restante, para darle un “zarpazo” a Taiwán y anexar la isla a la fuerza.
Como señalo en mi nuevo libro, “Xi-Na en el siglo del dragón” (Lom), la realidad es que China, lejos de declinar, sigue en ascenso. Mientras que entre 2019 y 2021 la proporción de las exportaciones de Estados Unidos del total global cayó de un 8,6% a un 7,8%, y la de Alemania, de un 7,8% a un 7,3%, la de China aumentó de un 13% a un 15% del total. Dicho eso, China está consciente de que su poderío militar es muy inferior al de Estados Unidos, y que le falta mucho para llegar a ser una superpotencia comparable.
En este cuadro, cabe tener presente los peligros de estos “jueguitos” entre superpotencias en la era nuclear. Como dijo Albert Einstein: “No sé con qué armas se dará la Tercera Guerra Mundial. Lo que sí sé es que la Cuarta Guerra Mundial se dará con palos y piedras”.
Jorge Heine
Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Boston