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Editorial
Viernes 05 de agosto de 2022
El problema energético en Europa
El continente está pagando el costo de políticas erróneas sumadas a una difícil coyuntura.
Europa enfrenta serios problemas energéticos. Ya el año pasado los elevados precios habían causado dificultades. Los comercializadores independientes quebraron en el Reino Unido, y en varios países los gobiernos debieron intervenir para estabilizar las tarifas de la electricidad y del gas. Este año, los problemas se han acrecentado como consecuencia de la guerra de Ucrania y las sanciones contra Rusia. Los países europeos están planeando distintos mecanismos para reducir el consumo de energía este invierno y aumentar la oferta, como reabrir centrales a carbón en proceso de cierre e invertir en instalaciones para recibir gas natural líquido (GNL). Mientras, el costo de esta crisis, tanto en términos económicos —industrias limitadas en su consumo— como de bienestar —hogares con menor temperatura en la temporada fría—, será considerable.
Los problemas de gas que estallaron el año pasado se han debido a una combinación de factores. En un momento en que los países comenzaban a reactivarse luego de la pandemia, Asia demandó más gas que en el pasado, en un escenario en que la capacidad de producción de GNL no ha aumentado suficientemente. Y es que existe un exceso mundial de demanda, ya que es visto como una alternativa más limpia y con menos emisiones de efecto invernadero que el carbón y el petróleo. Vinculado con esto último, ha habido menos inversiones en el estigmatizado sector de los combustibles fósiles.
Pero los problemas europeos tienen una causa adicional: años de políticas erróneas. Tal vez Alemania es el país que lo ejemplifica mejor. Se comprometió, en la administración de Angela Merkel, a cerrar sus plantas nucleares luego del accidente de Fukushima, a sabiendas de que esto obligaba a mantener en operación plantas térmicas que usan lignito, el carbón más contaminante y con más emisiones de CO{-2}. El segundo error, también atribuible al gobierno de Merkel, fue adoptar una política de dependencia del suministro de gas de Rusia. Tal como ocurrió en Chile en el caso del gas proveniente de un socio poco confiable como Argentina, la dependencia alemana del gas ruso se traduce ahora en una vulnerabilidad que requiere tiempo para revertirse. En efecto, Moscú le ha estado cortando el suministro, aduciendo razones técnicas para lo que en realidad es una respuesta a las sanciones europeas por la invasión a Ucrania.
Francia es otro país que también ha cometido equivocaciones importantes. La estabilización de los precios de la electricidad ha dejado al borde de la quiebra a la empresa EDF, que ahora se reestatizará completamente, pues de otra manera no podría hacer las inversiones que requieren sus añosas plantas nucleares. Las revisiones de las plantas han descubierto corrosión y grietas en tuberías vitales en un número importante de unidades. Si la firma hubiera invertido (lo que requería el asentimiento del Estado, hoy propietario del 84% de las acciones), estos problemas se habrían abordado hace años. Pero Francia ha debido cerrar casi la mitad de sus unidades, lo que agrava la situación energética europea, dado que los países están interconectados. Varios, como España y el Reino Unido, planean establecer impuestos especiales a las empresas del sector, lo que podría reducir los incentivos a las inversiones.
Con todo, la actual situación debiera ser temporal. Estados Unidos tiene muchos productores que pueden crear la capacidad para proveer a un buen cliente como es Europa. El continente solo requiere realizar las inversiones necesarias para recibir el GNL. Es probable así que el próximo año el problema de la dependencia rusa esté superado, y que los gasoductos desde ese país solo se utilicen en forma ocasional, como ocurre en Chile con aquellos que nos conectan con Argentina.