La U volvió a vivir algo que, para sus seguidores, es algo así como su patrimonio: la épica.
El gol en los descuentos de Bastián Tapia —que dio el triunfo a los azules por 2-1 sobre La Calera— se convirtió en una especie de tesoro invaluable para los universitarios, incluido su entrenador Diego López, quien ensalzó la gesta del joven defensor por sobre el análisis global del partido que jugó su equipo.
Es cierto que esos momentos se guardan en la mente y en el corazón porque el significado que cualquiera les da a los goles obtenidos así es uno solo: que el equipo que logró esta “hazaña” demostró que lucha hasta el final, que moja la camiseta, que pelea hasta el último aliento. Es una señal.
Y está bien. Es parte del fútbol abrazar emotivamente estas situaciones porque profundizan las relaciones afectivas de los equipos con sus hinchas.
Pero así y todo, esas gestas no deben ocultar realidades. En este caso es bueno decirlo: el gol de Tapia ocultó el mal partido que hizo la U.
Es verdad que en el análisis global hay que sacar en limpio algunos aspectos positivos, como el buen nivel del portero Cristóbal Campos (quien salvó al menos tres goles), el liderazgo del argentino Emnanuel Ojeda y la madurez de Darío Osorio cada vez que le toca jugar (que es menos de lo que parece merecer).
Pero todo eso no basta para que la U sienta que ha salido de los problemas. Está lejos de eso.
Lo principal, y en eso hay que darle tiempo al nuevo DT para evaluarlo con mayor justicia, es que Universidad de Chile sigue siendo un equipo sin identidad, entendido eso no como un estilo definido, sino que como una manera de enfrentar los partidos.
La U —con López en la banca— a ratos propone, en otros se recoge, y la mayor cantidad de tiempo reacciona de acuerdo a lo que le plantea el rival. Le pasó en los dos últimos partidos de la Copa Chile con General Velásquez y claramente ante los caleranos, que obligaron a los azules a partirse en dos en el lapso inicial, dejando desconectados a los delanteros de la línea defensiva, y que en el segundo tiempo, ya cansados, le dieron la opción a la U de establecer circuitos concretos, lo que le permitió acercarse al arco rival.
Solo hubo una sola señal en el sentido netamente identitario (que hay que ver si es permanente) que dio el DT López que escapó a esta tendencia reactiva: los dos cambios en los minutos finales (las entradas de Junior Fernandes y Lucas Assadi) dieron a entender que el entrenador “charrúa” está comprometido con la apuesta fuerte aun en momentos de máxima tensión competitiva.
Por supuesto que el espacio de crecimiento de la U todavía es grande, máxime si se va alejando del estrés que significa estar en los últimos lugares y comienza a encontrar una escuadra titular que vaya complementándose (y que seguro integrará el nuevo refuerzo, Nery Domínguez).
Pero con ojos actuales, hay que ser cautos. Jugando tal cual lo hizo la U ante Unión La Calera, no puede apostar todo a la épica y al heroísmo.